domingo, 26 de octubre de 2008

Esos truquitos tan útiles (Oct-2008)

Hablando de las artes amatorias, como de muchas otras cosas, hay quienes afirman que lo importante no es la cantidad sino la calidad. Habrá ocasiones en que así sea, pero definitivamente la cantidad es un factor de considerable importancia y no me refiero solo a las veces y repeticiones sino al tiempo que se invierta en el acto.
Para nosotras el tiempo que tengamos que durar no es problema pero a los hombres no les tocó tan fácil la tarea puesto que muchas veces tienen que recurrir a estrategias que los ayuden a aguantar más rato sin que se les baje…el ánimo.
Pero, ¿cuáles son esos trucos mágicos? En esa dirección se enfocó nuestra máquina encuestadora este mes y estos son algunos de los resultados:
El truco nirvana. Desconectarse mentalmente parece ser uno de los cursos de acción retardante más comunes, pese a que muchas de las menciones estuvieron asociadas con un leve detrimento en la calidad de la erección, lo cual tiene sentido porque al fin y al cabo logra el efecto deseado. Eso sí, la imagen mental, pensamiento o situación hipotética que se escoja para poner en práctica este truco deben ser escogidos con sumo cuidado y ojala antes de que sea inminente su uso pues escuché la historia de un chico que se imaginó a su abuela rezando y en ese momento todo se le vino abajo. Todo. Ahora bien, la desconexión mental también debe tener ciertos límites que les permitan mantenerse en esta dimensión del universo, no vaya a ser que después no sepan si cogieron, se los cogieron o sólo andaban viendo una peli porno de bajo presupuesto.
El toque de la mancuernilla. Según parece, existe un tipo de ejercicio que los hombres pueden practicar para retardar la erección desde el plano fisiológico. Sin embargo, a este truco solo se puede recurrir si ha existido al menos un poco de práctica previa que les permita dominar la técnica. El toque es hacer un movimiento parecido al que se hace con la mano al usar mancuernillas, solo que con la parte interna de la pelvis, esa que controla la salida del chorro en el proceso de micción. La misma contracción que permite “cortar” la meada, sirve también para retardar un poco la eyaculación. Quién habría dicho que jugar con el chorro podía ser tan útil…
El truco Cirque du Soleil. Cuando las cosas se calientan y llegan casi al punto del rojo vivo, otra de las estrategias de contingencia es el cambio inmediato de pose. Cuando la intención es aguantar un rato más, por lo general, las posiciones que más los estimulan a ellos se evitan a toda costa. Pero si por una “ingrata” casualidad están haciendo una pose que los llega a poner en aprietos el toque es cambiar con rapidez para evitar finales anticipados. Así que chicas, si en algún momento sienten que su pareja las hace como la trapecista que vieron volar por los aires la última vez que fueron al circo, sepan que lo más probable es que lo único que esté buscando sea alargar más ese tiempo tan excitante que pasan juntos.
El cambio de marcha. Si la emoción empieza a crecer de forma desmedida es inevitable que la velocidad también aumente. Entonces es tiempo de meter primera o cualquier otra marcha que permita desacelerar, aunque tampoco a la violencia porque tanto como podría resultar un éxito, podría también traer consecuencias no tan “divinas” como la que por lo general produce el siguiente truquito.
El toque del odontólogo. Para romper con el cliché de dejar lo mejor para lo último, dejamos en este lugar el que consideramos el peor. Este es, como diría Willy, un mal toque; al menos para nosotras. Aquí el hombre se pone en los zapatos del dentista que ve una muela sin remedio posible y la única creatividad que le sale del cerebro es decir: “hay que sacarla”. Esta no es la mejor de todas las opciones, chicos créanme, porque nos dejan literalmente viendo para el techo con un ¿IDIAY? atorado en la garganta en forma de grito.
Cabe mencionar que hubo quien me aseguró que nunca ha tenido que aplicar ninguna de las anteriores porque más bien se le cansan las nenas de tanto que aguanta, lo cual, aunque admirable y posible, es muy poco modesto.
Por otro lado, es importante recalcar lo que dicen los expertos en la materia: al parecer, el efecto de retardar la “venida” tampoco se puede lograr con cualquiera, tiene que existir un cierto nivel de comprensión/conexión con la pareja, así como una buena relación entre ambos.
Para terminar, hay que tener una cosa muy clara: es tan importante poder retardar la eyaculación como saber acelerarla pues cuando una pareja decide hacer un viaje de este tipo, no hay nada más rico que irse juntos.

martes, 9 de septiembre de 2008

El tamaño sí importa (Setiembre-2008)

A partir de cierta edad en la que el tema del sexo se convierte en cosa cotidiana, una crece escuchando una famosa frase: “el tamaño es lo de menos”. Puede que nadie se haya detenido a pensar en el trasfondo de tal afirmación porque simplemente se acepta como tantas otras que han mal nacido con respecto al asunto. La cuestión es que, si bien es cierto que el tamaño no es lo más importante, está muy lejos de ser lo de menos.
Yo lo veo así: hay un tamaño promedio (entiéndase por tamaño una cierta fórmula que combina con éxito longitud y grosor) que se considera normal y que resulta suficiente para satisfacer las necesidades de casi cualquier mujer. A partir de ahí se dan tamaños hacia arriba y tamaños hacia abajo.
Lo malo es que parece que los hombres (ojo que digo los hombres, no las mujeres) consideran el tamaño normal algo insuficiente y para desviar la atención de las variables métricas (o centi-métricas) vienen y se sacan de la manga frases que desvalorizan la importancia de las medidas, cuando lo cierto es que la gran mayoría se ubican dentro de ese promedio satisfactorio que tan felices nos hace a nosotras.
Entonces sale a la superficie la triste realidad de que con esas frases inventadas lo que tratan de hacer es minimizar el hecho de que casi todos, de a callado, desearían tenerla más grande. Acá surgen dos preguntas: ¿para qué? y ¿más grande que quién? pues categóricamente responden que no cuando alguien les pregunta si se fijan en las dotaciones de los demás cuando están en el baño o en los vestidores. Eso me parece muy sospechoso más cuando se sabe que el tema es de una sensibilidad bastante elevada. Puede que de ahí haya surgido la necesidad de domesticar a los burros y a los caballos, a punta de pura envidia…
Si una chica con una regla en la mano se le acerca a un chico, cuando ambos están en traje de cumpleaños, puede que acontezca en ese momento el mismísimo Apocalipsis: es prácticamente causal de ruptura y en casos más serios, de divorcio. ¡Casi ninguno se la deja medir! Lo peor es que si ellos mismos ya tienen el dato (ya sabemos que por lo menos una vez en la vida se la han medido y hasta comparado a escondidas, por más que lo nieguen) no lo quieren compartir. Al parecer no entienden que nosotras lo que queremos, en total honestidad, es tener la información para poder rajar de sus dotes con nuestras amigas, basándonos, por supuesto, en una correcta utilización del sistema métrico decimal.
Lo que sí es cierto es que cuanto más se aleje el tamaño del promedio hacia abajo o hacia arriba la situación se torna más complicada pues en el primer caso, las probabilidades de conseguir un segundo encuentro sexual decrecen, si es que acaso el primero se llega a concretar; y en el otro extremo del espectro de tamaños, los muy biguans a partir de cierta medida necesitan encontrar a una mujer con ciertas modificaciones anatómicas específicas para que no surjan “diferencias irreconciliables”.
Además, hay que tomar en cuenta que existen los gustos y las preferencias, pero eso ya es cosa de cada quien. En ese caso, la cuestión del tamaño, como dice un amigo mío, es cuestión de perspectivas; pero de ahí a decir que no interesa, como si fuera una verdad absoluta, hay demasiado trecho.
Resumiendo, es tan importante el tamaño del mar como el movimiento de las olas pero tampoco es que andemos en busca del Océano Pacífico porque las cosas muy vastas también tienen sus inconvenientes; por más que afirmen que las mujeres somos como las loras, que entre más grande el palo, mejor se acomodan.

domingo, 17 de agosto de 2008

La gran ganga de ser virgen (Agosto-2008)

Voy a empezar esta columna con una frase que probablemente llegue a costarme, si no la quema en la hoguera, por lo menos un linchamiento moral: nadie debería llegar virgen al matrimonio. Y cuando digo nadie, quiero decir nadie pero en realidad hablo en especial de las mujeres que somos las que cargamos con ese mandato social como un grillete desde pequeñitas. A los hombres no hace falta convencerlos mucho al respecto. De hecho la mayoría llegan con un grado de expertise envidiable, lo cual dicho sea de paso, si fuera aplicable a ambas partes, facilitaría mucho las cosas.
Sin embargo, supongamos un caso imaginario y utópico en el que ambos recién casados lleguen vírgenes a la noche de bodas: ella con su “flor” intacta y él con su “instrumento” casto (así, en lenguaje poético, para crear un ambiente romántico). La recepción quedó atrás, están solos en el cuarto y piensan “ahora sí, a lo que vinimos”. Esperando, con mucho optimismo, que se hayan instruido por lo menos de manera visual (películas, libros o revistas) talvez tengan una idea de lo que “a lo que vinimos” significa. Antes de pasar a la consumación de los hechos, sumemos a la ecuación los nervios brutales que pueden estar sintiendo (que por lo general son un factor entorpecedor): ella por el cuento de la sangre que revele su virtud, la preocupación del dolor inicial y el desorden entero, él por haber llegado a ese momento en esas condiciones de castidad (que lo califica de manera instantánea para una de dos posiciones opuestas por parte del resto de la humanidad: la canonización o el ridículo) y ambos por las expectativas de cómo será el asunto este de darse de panzazos sin ropa.
Digamos que les fue bien, que les gustó y que descubrieron que en la cama tienen un potencial químico que pondría verde de envidia a cualquier manufacturero de anfetaminas, lo cual es poco probable pues esos instintos animales son matemáticamente imposibles de resistir y, a no ser que fueran de palo, nunca jamás de la vida se habrían aguantado las ganas de comerse la miel antes de la luna.
Pero ¿y si no les fue bien, no les gustó, no era lo que esperaban y ya estaban los dos con la soga al cuello? Es más, supongamos que a uno sólo de los dos le pareció que no había obtenido por lo que había pagado; la única interrogante que me viene a la mente es ¿pos ‘hora?
Se me ocurre que el llegar ensayados a la noche de bodas (no me refiero sólo a parejas anteriores, la convivencia previa al acto de cometer matrimonio es un buen indicador y/o pronóstico de si la cosa tiene futuro o no), además de constituir un asunto de cortesía para con la pareja escogida, es una cuestión de no mandarse de bruces si no sabemos, por lo menos con alguna certeza, a qué cosa nos podemos atener.
Tampoco se trata de cogerse hasta el vuelto con la excusa de llegar aprendiditos al lecho nupcial (o al de concubinato escandaloso que es casi lo mismo) porque no; con la sarta de enfermedades nuevas, solas y en cóctel, que aparecen cada día es necesario no sólo ejercer la precaución sino exigir el uso del sombrero y demás cuidados respectivos. Pero de que hay que practicar, hay que practicar pues eso de llegar a jugar 1,2,3 queso y sanseacabó ya no se usa. Es más, es inadmisible y debería existir un apartado en la Convención Interamericana de los Derechos Humanos que lo penalice y lo establezca como causal de divorcio.
Lamentablemente, no existe por lo que le toca a cada quien por su cuenta hacer valer, en vivo y a todo color, ese derecho al buen sexo en la pareja. Hay que decir qué nos gusta y qué no, qué queremos y qué carajos no (hablar, por todos los cielos, ¡hablar!) pues si dejamos que el silencio resuelva las cosas, es mejor esperar sentados y sin aguantar la respiración, y matar las expectativas porque lo que mal empieza, termina peor.

jueves, 3 de julio de 2008

El otro lado de la moneda (Julio-2008)

Ya que anteriormente tocamos el tema del comportamiento de los chicos en los baños públicos, este mes le vamos a dar vuelta a la moneda y hablaremos acerca de nosotras en dichos recintos. Sabemos, sin duda alguna, que los hombres nos critican y especulan mucho acerca de nuestras visitas al baño en parejas o en hordas, y que incluso dicen que pareciera que estamos organizando una excursión en vez de ir a satisfacer una necesidad fisiológica. Por otro lado, nos acusan de durar eras históricas en algo que solo debería tomarse unos minutos.
Muy bien, digamos que algo tienen de razón. Veamos porqué:
Es un lugar multitasking: el baño de mujeres es uno de esos lugares que cumplen un sinnúmero de funciones tales como salón de belleza de contingencia, sala de reflexión, cabina telefónica privada o servicio sanitario, pero sobre todo es un lugar social. Sí, gente, la mujer en el baño socializa, cosa que para los hombres (dado que entran y salen contra reloj) puede ser incomprensible. Por lo general, en el baño de mujeres el trato es cordial aunque no nos conozcamos, y sí hacemos contacto visual; no hacerlo sería una descortesía muy grande.
Nuestro amigo el espejo: para que un baño femenino sea considerado decente, tiene que tener espejo. Una miradita al espejo para una detallada revisión/reaplicación del maquillaje y reacomodo del peinado y la necesaria pregunta a la amiga que nos acompaña (¿tengo muy alborotado el pelo? ¿se me ve bien este labial?) son obligatorias para finalizar el ritual.
La paciencia es una virtud: después del constante uso, los baños se ponen sucios. Entonces hay que tener paz porque las cosas hechas con calma quedan mejor. Si andamos en mini, no hay problema pues solo hay que mandar todo para arriba (y los calzones nunca bajan de la rodilla). Pero si el atuendo del día son los pantalones, hay que recoger un poco los ruedos para que no se mojen en la cochinada del piso, y toda esta preparación para evitar accidentes, lleva tiempo.
El asiento de la taza, el peor enemigo: si existe un pecado capital y recondenado en el código de conducta femenil de los baños es sentarse en la taza. Por tanto, el proceso de micción en nosotras también requiere de un gran desarrollo de los sentidos del equilibrio y del pulso para no pringar por todo lado (léase: pantorrillas y pantalón) lo que está destinado a caer en la taza.
Papel higiénico, un aliado indispensable: esto sí es delicado porque nosotras no podemos aplicar la sencilla y práctica técnica de la sacudida. Nosotras tenemos que secarnos porque si no es una pura incomodidad el resto del rato. Aquí entra en juego la compañía pues es totalmente aceptado pedirse papel entre los cubículos, incluso si no nos conocemos, porque en eso somos muy solidarias. Pero por si acaso no hubiera papel del todo, cualquier mujer precavida llevará metido un par de servilletas en la bolsa trasera del pantalón o dentro del bolso, ya sea para su uso personal o para la amiga que pega gritos desde la cabina adyacente.
Las filas son interminables: Todo el mundo tiene que haber notado alguna vez que las filas en los baños femeninos (en especial cuando el lugar está a reventar porque es fin de semana o un lunes en El Cuartel) son kilométricas. Nunca, nunca (repito, NUNCA) es tan necesaria una amiga a nuestro lado como cuando tenemos que comernos esas benditas filas.
Entonces, no es que no podamos ir al baño solas, sí podemos. Lo que pasa es que, sumando los tiempos que todo el proceso implica, sabemos que vamos a pasar ahí un buen rato que sin duda será más divertido y ameno, si llevamos a una amiguita para compartir.

domingo, 8 de junio de 2008

Más de tres sacudidas (Junio-2008)

Creo que todos, en algún momento de nuestras vidas nos hemos cuestionado cómo seríamos o cómo actuaríamos si fuéramos del sexo opuesto y algo hemos dicho poniéndonos en ese hipotético lugar. Pero esas son cosas que uno dice, piensa o asume porque desde la acera del frente se ven muy simples. La realidad es otra muy distinta.
En esa nota me puse a investigar acerca del misterio que es para mí –y creo que para muchas otras chicas - el comportamiento masculino en los baños públicos, específicamente cuando van al proceso de micción (o sea, a mear) en orinales de esos que están seguiditos y sin divisiones entre sí. A continuación algunos de esos resultados que fueron más que reveladores, basados en lo que contestó la mayoría.
El valor de la soledad: Los hombres buscan el orinal que está más libre de moros en la costa –cuando se puede- para desechar sus líquidos en paz aunque eso signifique dar más pasos y aguantar más rato, si el que está más cerca tiene los flancos sitiados. Todo con tal de evitar miradas inquisidoras que los puedan incomodar.
Aparece el pudor: ¿Quién lo diría? ¡Se tapan! Así mismo como lo leen; si todos los campos están tomados y les toca orinar al lado de alguien u otro sujeto llega y se les pone a la par, se reacomodan para que su “soldado y compañero de armas” quede a resguardo de miradas ajenas.
Hablémosle a la pared: Cuando están ahí, casi ninguno desvía la mirada hacia los lados, ni siquiera por curiosidad. Se considera una “falta de todo” en el código de ética varonil, por así decirlo. Los que se fijaron alguna vez, nunca más lo hicieron de nuevo porque algún chasco les pasó. Ahí la cosa es “a-lo-que-vinimos”. Es más, la mayoría aplica la técnica del caballo con anteojeras y mientras le cambian el agua al pajarito, miran fijamente a la pared que tienen en frente, como si estuvieran viendo la final de un mundial de fútbol en pantalla de plasma. Y yendo todavía más allá, dicen que hasta pueden conversar entre ellos pero nunca –ojo, NUNCA- hacen contacto visual siquiera.
Perdiendo la paz: Si se percatan de que el compita de al lado les está echando el ojo, primero se ponen nerviosos y/o incómodos. Después, cuando recuperan la calma les entra el valor y lanzan la mirada de vuelta, pero en un tono desafiante, como diciendo ¿qué me estás viendo rostrodemiembroviril? (para decirlo decentemente) y luego se meten más en el orinal o simplemente mejor sacuden y se van. Hay quienes incluso dicen que cuando se saben observados les da pánico escénico y se les corta el chorro.
Economía de papel: Para el sencillo y sagrado acto de orinar, ellos no tienen nuestra limitante con respecto al papel higiénico porque lo que se estila en su caso es la sacudida, que también está regulada en forma tácita. Por ejemplo, la cantidad promedio que se la sacuden después de la meada y antes de guardarla es de 2 a 3 veces. Y aunque dicen que un famoso grafitti de baño de hombres reza algo así como “más de tres sacudidas es sobo”, hay quienes replican que la cantidad de sacudidas depende del volumen de la meada. Ni que fuera una manguera de jardinería…
Tal parece entonces que, aunque muchos se agarren el miembro delante de quien sea cuando les da la gana o hablen entre ellos de tamaños y de sexos sin que les dé pena, la misma falta de pudor no es aplicable en el baño de hombres. Ahí hay que taparse. Ahí todo desconocido se vuelve un Samuel en potencia. Ahí la desconfianza y el recato hacen dúo para la música de fondo que acompaña a los chorritos.

sábado, 3 de mayo de 2008

De falsas expectativas y sus consecuencias (Mayo-2008)

A Ro-Ro con cariño. Siempre te recordamos.
Para nadie es un secreto que, a pesar de que las cosas van cambiando lentamente (o al menos eso parece), mi generación y las que la preceden fueron criadas con un alto grado de represión sexual. Y aún a pese a que para los hombres estos temas son mucho más permisivos, tampoco es que la soga se les dejó suelta del todo porque he escuchado unas historias de horror que hasta a mí me han dejado con la boca abierta.
Un claro ejemplo era el de las revistas o videos porno que tenían que ocultar, no sólo de la inquisidora mirada de la madre sino también de los hermanillos menores (que esperaban lo mínimo para irse de acusetas). Las tenían que esconder, primero para que no corrieran la suerte de las brujas en la hoguera y segundo para salvarse de los correspondientes regaños y sermones sobre el pecado de la carne, bla, bla, bla.
Lo cierto es que, a pesar del alto valor sentimental y educativo que estos apoyos audiovisuales alcanzaron en la joven vida de sus propietarios (recordemos que los guardaban en el mismo lugar donde los abuelos acostumbraban esconder sus billetes: debajo del colchón), la mayoría de las veces fueron más bien un semillero de falsas expectativas o, para hablar en términos post-modernistas, de publicidad engañosa.
Me explico: en el caso de las revistas, las fotos que ayudaban a los chicos a excitarse en la soledad de su cuarto eran de mujeres todas esculturales, lindísimas y generalmente rubias. Lo mismo sucedía en las películas, con el agravante emocional de que las presentaban en oficios cotidianos como secretarias, repartidoras de pizza o doctoras que además hacían gala de una generosidad impresionante para regalar lujuria desenfrenada al primer cristiano que se les pusiera enfrente, como si tal cosa fuera lo más normal del mundo.
Entonces venían los problemas para estos chicos que, por lo general vírgenes, se atiborraron de estas ideas prefabricadas por la industria del sexo y se imaginaron su primera vez con una nena similar a cualquiera de las que literalmente dormían debajo de ellos, entre el colchón y el catre.
“Yo me acordaba de las machotas que salían en Playboy con aquel cuerpazo y cuando vi a aquella chola del puerto enfrente mío, que ni siquiera el nombre me dijo, yo pensaba esto no es lo que yo me imaginé…”, me contó un amigo.
El choque con el mundo real que sufren algunos en edades tan tempranas puede ser devastador y aún así, casi todos siguen desarrollando el gusto por la pornografía hasta bastante avanzada su vida adulta.
Se me ocurre que una famosa campaña de belleza que recientemente lanzó una marca de jabón con mujeres “reales” podría adaptarse al negocio de la pornografía, a ver qué sale.
Pienso que talvez iría a la bancarrota. O talvez no, habría que hacer la prueba.
Las mujeres, gracias al cielo, no tenemos ese problema. La mayoría si acaso apenas toleramos el soft porn y esto porque algunas cosas pueden resultar bastante instructivas; pero creo que hablo por casi todas cuando digo que sólo nos gusta la pornografía cuando somos protagonistas y no hay cámaras de por medio.

miércoles, 9 de abril de 2008

De dolores de huevos y otros insultos (Abril-08)

En materia de sexo, las mujeres muchas veces tenemos la tendencia a desconfiar más de la cuenta de lo que nos dicen los hombres, pensando en que la mayoría de las cosas podrían ser artimañas o marrullas para ponernos paralelas al suelo.
Para empezar están las típicas pendejadas: “la puntita nada más”, “tranquila mi amor, yo soy estéril” y “con una vez no vas a quedar embarazada” son algunas de las frases que han provocado más de un niño haciendo travesuras por ahí. Lo que yo no entiendo es cómo alguna se las cree todavía pues parecen insultos a la inteligencia y en realidad, la mayoría de las veces, no es necesaria tanta hablada; cuando una quiere, quiere y punto.
Primero, ¿quién, una vez que las cosas se han calentado, se conforma con “la puntita nada más”? ¡Nadie! Ni ellos ni nosotras, eso es un hecho. Segundo, ¿a quién se le ocurre creer en cuentos de esterilidad si no es con un papel médico en la mano? Lo único que se puede tener casi seguro es una de dos sorpresas posteriores: a) ¡milagro, me curé, ya no soy estéril!, o b) Yo no soy el papá, ya te había dicho que soy estéril. Tercero, está científicamente comprobado que una puede quedar embarazada con media vez, no se necesita la vez completa.
Después de eso están las manipulaciones psicológico-emocionales dentro de las cuales entran en juego la famosa “prueba de amor”, el “creo que no me querés tanto como yo a vos”, los pucheros, el acto teatral de víctima sufrida y célibe a la fuerza, y los más intrépidos que incluso usan el “yo de verdad te amo” como un as sacado de la manga, con tal de lograr su objetivo.
La mayoría de estas patrañas, si no todas, cualquier mujer con más de dos dedos de frente y un poquito de experiencia o educación sexual las sabe discriminar y hasta jugársela para salir como las grandes. Sin embargo, hay una razón esgrimida por los hombres, la cual muchas mujeres considerábamos un mito masculino con fines meramente manipuladores. Y hablo en pasado porque un mini-censo realizado por quien les escribe dio al traste con tal hipótesis.
Resulta que cuando un hombre pasa mucho rato con una erección y luego no se consuma el acto, le da dolor de testículos. Sí, es cierto. Por eso dicen que detestan a las “mujeres microondas” que sólo para calentar sirven, porque según los testimonios de mis entrevistados, el dolor que les da es algo realmente terrible y abarca no solo el escroto sino toda el área inguinal. Por como me lo contaron, me imagino que debe ser como un dolor de vientre bien bravo y repentino.
Uno de ellos dice que a él eso sólo le pasó una o dos veces cuando mucho, porque la próxima y todas las demás, decidió recurrir a Manuela, antes de aguantarse semejante dolor de huevos.
Por eso, cuando escuchemos que a alguien lo comparan con un dolor de “eggs”, hay que tener claro que lo están tratando feo. Sirve la aclaración también para entender (aunque no justificar) el dejo despectivo con que se refieren ellos a las chicas que calientan y emprenden la huída, pues no sólo los dejan embarcados sino que además, adoloridos.
Y nosotras pensando que era mentira, qué pecado…

Razones para decir que no (Marzo-08)

Hace un tiempo les había prometido retomar el tema de la masturbación femenina, en específico el porqué la mayoría de las mujeres niegan con vehemencia que se masturban o no lo hacen del todo. Pues aquí les van algunas razones posibles que pueden aclarar incógnitas de un tema que podría adquirir profundidades insospechadas.
Nos da vergüenza: Imagínense nada más que si nos da pena escuchar a los hombres (que casi no tienen ningún tema de conversación vedado) hablando de “la paja” o el “sobo”, a algunas se nos puede caer la cara de vergüenza setenta veces por el simple hecho de siquiera admitir que también nosotras lo hacemos. Sólo el imaginarnos la cara de sorpresa que pondrán nuestros interlocutores ante un sí, es un poderoso inhibidor a la sinceridad.
Creemos que es impropio: Si dentro de los cánones de la decencia no se concibe a una señorita o señora hablando de sexo, mucho menos de sexo solitario, ¡el cielo nos libre de semejante falta de pudor! Nunca se me va a olvidar una ocasión en que, discutiendo al respecto con unas amigas, yo dije que a mí no me daba vergüenza y una me contestó que talvez a mí no me daba pena por cómo me habían educado, pero que a ella no la habían educado así. O sea, que alguien me responda, ¿quién la educa a una para que se masturbe?, en todo caso le tocará a una misma descubrirlo por su propia sanidad sexual (y mental, en algunos casos).
Le tenemos miedo al infierno: se nos educa desde chiquitas para creer que el sexo es tabú y un grave pecado si no sucede cuando una ya está casada. Y aún así, no se puede hablar de ello pues se corre el riesgo de ir a quemarse por la eternidad en los dominios del temible pero inexistente diablo. Y como yo estoy segura de que no existen ni él ni el infierno, por más que nuestra Sala Constitucional lo haya ratificado en una de sus más célebres resoluciones, ¿qué importa decir que sí?
Nos olvidamos de nosotras: La mujer por lo general es educada (y aquí sí entra en juego la educación) para entregarse por completo a los seres que la rodean; tanto que muchas veces se olvida de sí misma y de que tiene derecho a ciertos pequeños placeres.
Nos gusta dejarlos con las ganas: No crean, nosotras sabemos lo mucho que les gusta fantasear a los hombres con el tema en cuestión y a veces puede que nos pasemos de pícaras al negarles la pequeña y etérea satisfacción de esa imagen que se dispara en sus cabecitas cuando la respuesta es un sí.
No es asunto de nadie más: Cuando lo hacemos, es algo tan íntimo y placentero que no creemos que exista necesidad de que nadie más lo sepa, entonces es más fácil decir que no y guardarnos el secretito.
No nos predican: A veces una mujer necesita de otra mujer que, basándose en su propia experiencia, le hable del tema y le venda la idea de que al conocer su cuerpo como debiera, obtendrá múltiples beneficios en el plano de las relaciones sexuales y el disfrute con su pareja.
Creo firmemente que una mujer debería experimentar su primer orgasmo por sus propias manos, para que nunca le vayan a meter gato por liebre. En este aspecto, la auto-gratificación es una herramienta invaluable que nos permite alcanzar ese conocimiento necesario para gozar plenamente del sexo; que de ahí en adelante, todo es ganancia.

Una tendencia genial (Feb-08)

Una noche de estas, dos hombres conversando acerca de sexo me hicieron quedarme callada al menos por una hora, lo cual es una proeza considerando que dentro de mi limitada lista de virtudes, no se encuentra la del silencio.
Pero en esta ocasión, el tema y los giros inesperados que tomó la conversación me pusieron un tapón en la boca y me convertí en un radar de amplia cobertura.
Estos chicos hablaban de las cosas que para ellos eran de mayor importancia al tener sexo con una mujer y de qué era lo que los excitaba más. Uno le decía al otro que lo que le gustaba más era ver a su mujer disfrutando, escucharla, observar los gestos de la cara y cada leve movimiento porque era como un lenguaje que le decía muchas cosas que lo excitaban demasiado. El otro intervino para hablar del juego previo o preámbulo y de cómo le gustaba extenderlo al máximo, de manera que los niveles de excitación fueran tan altos que la misma penetración, considerada como la cúspide por la mayoría, se convirtiera prácticamente en un accesorio o un acto complementario.
“¿Qué?”, me gritaba yo misma dentro de mi cabeza (recordemos estaba como con bozal para no perderme nada de la conversación), “¿un hombre diciendo que la penetración no es lo más importante y el otro asintiendo? ¡Esto es digno de grabarse!” Que quedara grabado para oírlo y volverlo a oír porque quiero creer que esta es una tendencia que gana fuerza y que hasta los hombres se han llegado a convencer de que el placer en la sexualidad es un derecho sagrado de ambas partes.
Ellos seguían hablando y mis ojos (y mi sonrisa) crecían cada vez más. Yo sonreía porque soñaba con el día en que se pueda afirmar que los tiempos han cambiado y que con ellos la puerta del dormitorio le ha ido dando por las narices al pensamiento machista, con más fuerza cada vez. Pero esto, hoy por hoy, no es más que una gigantesca utopía.
Porque nada más hay que pensar en los cuentos de las mujeres de antaño para quienes en su mayoría el sexo era más un deber conyugal que otra cosa, puesto que al hombre le importaba muy poco o nada satisfacer a su pareja. Lo lamentable es que no sólo hablo de la sociedad del siglo pasado y anteriores, sino también de la actual pues el pensamiento generalizado del varón no se ha enfocado en lo más mínimo a ser recíproco en la cama. En la mayoría de los casos, la reciprocidad se limita a no dejar a la otra sin cobija y a veces ni siquiera eso.
Por eso, mientras ellos ahondaban en otros detalles yo seguía sonriendo en mi pequeña burbuja utópica, dándole gracias al destino por vivir en este tiempo, por ser mujer y por escuchar lo que escuché, de boca de dos hombres que sonaban tan convencidos de sus palabras. Y quiero seguir creyendo que el cambio se está dando, aunque sea a pasitos cortos, para alegría de todas nosotras y, por lo que dicen algunos de ellos, para su satisfacción al mismo tiempo.

Yo con yo (Nov-07)

En el camino hacia el descubrimiento sexual de hombres y mujeres, al dar los primeros pasos, los nombres de Manuela y Dedóstenes, respectivamente, aparecen en mi memoria como sus protagonistas y grandes grupos contemporáneos tales como Soda Stereo (El temblor) o Ghandi (El invisible) le han dedicado disimuladamente letras de alguna canción. Sí, estoy hablando de esa práctica que ha sido tan satanizada a lo largo de nuestra historia, conocida comúnmente como masturbación y de manera más formal como onanismo o autogratificación. Los mitos albergados alrededor de ella son muchos y muy negativos, sobre todo aquellos que disfrazados de razones absurdas (como que masturbarse produce ceguera, crecimiento de pelos en la mano cómplice, pérdida de memoria o embrutecimiento) están dirigidos a provocar miedo y remordimiento, cuando la realidad es que casi TODO con respecto a la masturbación representa una ganancia para sus practicantes.
Primero, constituye la práctica sexual más segura que existe (y que nadie me salga con el cuento de que la abstinencia es más segura porque para empezar ni tiene nada de práctica ni es sexual); no hay riesgo de embarazos no deseados ni de contraer enfermedades venéreas. El único requisito es limpieza en las manos y/o accesorios complementarios.
Segundo, la práctica hace al maestro. Desde el punto de vista femenino, yo siempre me he preguntado ¿cómo puede una mujer pretender que su pareja le conozca el cuerpo de manera que le pueda dar placer si ella misma no lo conoce antes? Es cuestión de lógica básica: yo sé lo que me gusta, esto me califica para pedir e incluso instruir al respecto, si fuera el caso. Por el lado masculino, practicar a solas antes de una cita importante o de un encuentro muy esperado es una estrategia de audacia indiscutible: conlleva grandes beneficios en términos de administrar con eficiencia los niveles de ansiedad que, de no manejarse bien, podrían resultar en finales prematuros y embarazosos.
Tercero, no hay responsabilidades ante terceros. En esto quedas en solitario, por lo menos, físicamente hablando, puesto que la imaginación es un recurso indispensable. Sin embargo, como la contraparte es mental, no hay bronca si tu desempeño no es el esperado; se vale volver a empezar de cero y no hay porqué ni ante quién avergonzarse. Nadie te va a reclamar que no te esforzaste lo suficiente porque vos sabes que diste lo mejor de vos y usaste todo lo que estaba en tus manos, literalmente.
Cuarto, no hay peligro de enamorarse porque el amor ya va implícito. Estás a solas con la persona que más te quiere en el mundo: vos. ¿Quién te quiere más que vos? Nadie (bueno, talvez tu mamá, pero habría que ver…). Yo, por ejemplo, me amo demasiado y me lo repito y me lo demuestro constantemente. No me da vergüenza decirlo y pienso que a nadie debería de darle.
Quinto, es un excelente quita estrés. Como es bien sabido (y fundamentado con estudios científicos) el sexo libera tensiones y mejora el humor de quien lo practica. En este sentido, la condición de independencia que nos otorga el onanismo es un valor agregado cuando las circunstancias no se prestan para algo más interactivo. El fin justifica los medios.
Podría seguir con la lista, pero me haría falta mucho espacio. El caso es que, aunque casi todas las personas lo nieguen (en especial las mujeres y acerca de este tema prometo ahondar en el futuro) estamos hablando de algo que se practica mucho más que el mismo acto sexual, algo más libre y más propio del ser individual; algo cuyo control está completa y exclusivamente en nuestras manos. Es tener el placer al alcance de los dedos, ¿qué más se puede pedir?

Poderosa boca (Set-07)

Me hace gracia ver cómo algunas mujeres arrugan la cara o se escandalizan cuando otra habla acerca del sexo oral en los varones. Pareciera que sólo la imagen mental se les hace ofensiva y hasta cara de asco ponen. Y me hace gracia porque las mujeres no deberíamos tener ningún problema con el sexo oral, especialmente en esa dirección (de nosotras hacia ellos) sino todo lo contrario: debería de parecernos fascinante y necesario. A mí, por ejemplo, si al respecto me preguntan qué prefiero entre ser víctima o victimaria tengo que responder, sin dudarlo ni un segundo, que la segunda opción.
Me explico: más que gustarnos y aprovecharnos de todo lo que implica desde nuestro lado de la cancha una fellatio bien practicada (llámense, entre otras cosas, sabor, olor y satisfacción al innato voyeurismo), es una cuestión meramente de poder. Saberse una con esa capacidad de proporcionar altísimas dosis de placer a la pareja no sólo es motivo de satisfacción sino que, en muchos casos, aumenta los propios niveles de excitación. Es una delicia poner atención a cualquier sonido que salga de su garganta, cualquier gesto en la cara, incluso el ritmo y la profundidad de sus respiros pueden volverse algo nuevo y asombroso en ese momento. Los hombres, bajo esas condiciones, se vuelven súper expresivos (cosa rara y sumamente curiosa), pero lo mejor de todo es que somos nosotras las que llevamos la batuta en ese concierto.
Una cosa es innegable, al 99,99% de los hombres les gusta que les practiquen el sexo oral. Y habría jurado que al 100% de no ser por un tipo que conocí una vez, quien me dijo que eso no era algo que disfrutara particularmente. Gustos son gustos.
El hecho es que las mujeres tenemos en el cuerpo una herramienta de placer impresionante que está siendo subutilizada de forma lamentable; un instrumento tan o más poderoso que las otras cavidades convencionales, protagonistas en las artes amatorias y esa es la boca. Los besos son deliciosos, ni qué negarlo, (de hecho figuran en el primerísimo lugar de mi Top Five de caricias favoritas) pero hay que saber distribuirlos geográficamente por donde más se disfruten y esa zona masculina entre las rodillas y el ombligo es todo un parque de diversiones.
Eso sí, como todo tipo de arte (es un arte, se los aseguro) la fellatio tiene su ciencia y como ciencia, se le puede aplicar el método científico de observación-prueba-error hasta que los resultados obtenidos sean los mejores. Una vez que se domina la técnica, (se requiere de mucha práctica) lo que se conoce como aparato bucal podría ser descrito como un arma intra-cuerpo de alto poder, capaz de doblegar en gemidos hasta al más machito.
Cabe resaltar que puede ser de mucha ayuda la retroalimentación in situ, o sea a la hora de la verdad. Ese instante en que la práctica y la retroalimentación colapsan es perfecto para acomodar movimientos, tiempos, respiraciones, velocidades y niveles de presión o succión. El no sacar provecho de esos choques es un terrible desperdicio de recursos.
Por eso, cuando alguien dice ‘eso es una mamada’ probablemente sepa muy bien de lo que está hablando porque no es cosa fácil; tiene su técnica y sus truquitos, los cuales se van descubriendo en el camino de la ‘lactancia’ en su fase adulta. Acaso alguna chica pueda argumentar que mejor no lo practica porque la garganta tiene sus límites muy marcados y tan fáciles de traspasar cuando la emoción alcanza sus picos más altos que les podría provocar náuseas pero eso es manejable si se tiene cuidado. Otra cosa es que alguien, con toda la boca llena de razón, me recordó la importancia del aseo personal, asunto en que ni siquiera había reparado puesto que para mí debe ser implícito y primordial; o sea: prioridad uno.
Entonces, para quienes siguen pensando que es indecente o asqueroso (con la moral ni siquiera me meto porque casi todo lo rico que hay en la vida ya ha sido tachado de inmoral), sólo tengo una recomendación sincera: dense un chance, les puedo asegurar que le van a agarrar el gusto. Repito: es un asunto de poder y por lo general, quien tiene el poder siempre quiere más.

Placer se escribe con G (Agosto-07)

Tienen razón los hombres cuando se quejan por no tener esa capacidad multiorgásmica que tenemos las mujeres. Debe ser frustrante sentirse limitados por su propia fisiología. Aunque estudios científicos revelan que un hombre saludable es capaz de tener hasta sesenta orgasmos en un día, en la realidad cuando van por la tercera o cuarta repetición ya se sienten explotados sexualmente.
Tengo que confesar que a veces me siento egoísta, no sólo por todos los chicos que sí saben cómo satisfacer a sus compañeras y merecerían vivir la experiencia múltiple, sino también por los miles (¿o millones?) de mujeres que nunca han tenido un orgasmo a derecho; ni hablar de varios al mismo tiempo. Se siente como si una tuviera un súper poder secreto.
El asunto de los orgasmos múltiples, desde mi propia experiencia, es una cuestión tan física como la construcción de una obra en gris, digamos por ejemplo, un puente. Si bien es cierto que la mente es una herramienta poderosísima en el arte de hacer amores y sexos, no se puede dejar de lado la parte sensorial, cuyo papel en lo que se conoce como multiorgasmia femenina tiene nombre y apellidos: el Punto G. A este señor hay que ubicarlo, darle un poco de estímulo digital pre-ambulatorio y a partir de ese momento todo transcurre como si un intensificador de las sensaciones sexuales se pusiera en ON. Cualquier movimiento en cualquier dirección que se lleve a cabo en un rango de centímetros adentro o afuera de la zona pélvica provocará una lluvia de pequeños orgasmos en crescendo, seguidos y casi dolorosos (se dice que un caso de placer extremo puede llegar a confundirse con el dolor). Es algo parecido a tomar una luz intermitente y ponerla en brillo directo.
Sin embargo, por más que quisiéramos nosotras que esto sucediera todas las veces, la perfección en la vida real no existe. Incluso para aquellas afortunadas ocasiones en que se logra, se necesitan muchas cosas básicas, como un ambiente relax y la compañía apropiada, pero sobre todo suficiente tiempo y tranquilidad. La exploración y búsqueda del mitificado (que no mítico) Punto G debe darse de forma calmada y minuciosa; metódica si se quiere.
Y es por esa condición azarosa de no saber en qué momento el rostro de Eros volteará sus ojos hacia una simple mortal en búsqueda de placer, que cuando el puente se construye hay que aprovechar y cruzarlo de ida y vuelta cuantas veces se pueda; hasta que la batería se gaste, como la de los celulares o hasta que el botoncito de OFF decida activarse y dejarnos volver a la normalidad; porque ese aparato una vez encendido se administra y se apaga solo.

Mancha de leche (Julio-07)

Aceitunas, apio crudo, pepinillos, laurel, vino tinto, chile panameño, salsa de soya, clavo de olor. Todas las opciones anteriores, de sabor específico y muy fuerte, son algunos ejemplos que destacan como inconfundibles en mi memoria papilar. Hay sabores exóticos que pueden no enamorarnos a la primera, pero con el tiempo les vamos agarrando el gusto y logramos definirlos como favoritos. Por eso, a la pregunta ¿a qué sabe el semen? las respuestas son tan variadas y distantes entre sí, como mujeres se cuestionen.
De forma inevitable viene a mi mente la broma aquella en la que te preguntan el parecido entre el semen y el agua de mar, o la otra en la que un profesor de química afirma que el semen contiene un alto porcentaje de glucosa mientras una despistada estudiante dice que con razón sabe dulce. Son dos opiniones encontradas; en el primer caso lo que se quiere es establecer una analogía con el sabor salado y en el segundo, todo lo opuesto.
Pues bien, para mí ni lo uno ni lo otro. Si mis papilas gustativas todavía funcionan a cabalidad (deberían; están en la plenitud de su vida útil) el sabor del semen se encuentra oscilando entre el azúcar y la sal. Sin embargo, es súper interesante contemplar el abanico de posibilidades que se abre ante la respuesta de otras chicas a la misma interrogante.
En algo parecido a un “focus group”, me di a la tarea de investigar acerca de esas diferencias, con el único objetivo de ver si existía un punto en el que la mayoría coincidiéramos. Lo único que lamento es no haber podido contar con ninguna opinión masculina al respecto, pues mis conocidos-posibles-candidatos para este estudio por demás informal, no se encontraban disponibles. Un amigo cercano, cuando le conté que iba a escribir sobre el tema, se interesó mucho pues dice sólo haberlo probado por transferencia (o sea, un beso ‘después de’) y es de los que piensan (yo lo apoyo al cien por ciento) que para el hombre debe ser importante estar al tanto de la posición femenina al respecto.
En los resultados obtuve de todo, desde que no sabe a nada (clara evidencia de negación o de una lesión al paladar) hasta que sabe a leche (este…¡”jelou”!). Lo curioso fue que, cuando una de las entrevistadas lo definió como un sabor a marañón, todas las demás asentimos de inmediato. Y es que es cierto, déjenme explicarles porqué: el semen, la lechita, el juguito o como quieran llamarle, tiene un matiz parecido al que deja el fresco de marañón en la garganta y en la lengua; un adormecimiento apenas perceptible; un sabor a ‘mancha’, como lo dijo con gran acierto una de nosotras al final. Ahora, la noción de ‘mancha’ incorporada al sabor del semen se vuelve controvertida (y divertida) cuando se toma en cuenta que su aroma característico es muy parecido al olor del cloro, reconocido elemento ‘quitamanchas’. Ya ven, parece que las contradicciones no se acaban.
Entonces, la palabra mancha se me queda dando vueltas en la cabeza y me acuerdo de aquel dicho viejo que rezaba: si la envidia fuera tiña, todo el mundo se tiñera; lo adapto a la situación y se me antoja comiquísimo un hipotético paisaje de mujeres (y hombres, claro, ¿porqué no?) caminando por la calle con la boca manchada como evidencia de que, aunque hiperventilen y se quieran descomponer ante la inofensiva pregunta de ¿a qué sabe el semen?, la mayoría lo han probado. Por eso, la próxima vez que el dulce destino te lleve ahí, donde un miembro viril se te acerque en actitud amenazante, insolente, cara a cara, no lo pensés mucho: sacale la lengua y dejalo que te manche.