jueves, 3 de julio de 2008

El otro lado de la moneda (Julio-2008)

Ya que anteriormente tocamos el tema del comportamiento de los chicos en los baños públicos, este mes le vamos a dar vuelta a la moneda y hablaremos acerca de nosotras en dichos recintos. Sabemos, sin duda alguna, que los hombres nos critican y especulan mucho acerca de nuestras visitas al baño en parejas o en hordas, y que incluso dicen que pareciera que estamos organizando una excursión en vez de ir a satisfacer una necesidad fisiológica. Por otro lado, nos acusan de durar eras históricas en algo que solo debería tomarse unos minutos.
Muy bien, digamos que algo tienen de razón. Veamos porqué:
Es un lugar multitasking: el baño de mujeres es uno de esos lugares que cumplen un sinnúmero de funciones tales como salón de belleza de contingencia, sala de reflexión, cabina telefónica privada o servicio sanitario, pero sobre todo es un lugar social. Sí, gente, la mujer en el baño socializa, cosa que para los hombres (dado que entran y salen contra reloj) puede ser incomprensible. Por lo general, en el baño de mujeres el trato es cordial aunque no nos conozcamos, y sí hacemos contacto visual; no hacerlo sería una descortesía muy grande.
Nuestro amigo el espejo: para que un baño femenino sea considerado decente, tiene que tener espejo. Una miradita al espejo para una detallada revisión/reaplicación del maquillaje y reacomodo del peinado y la necesaria pregunta a la amiga que nos acompaña (¿tengo muy alborotado el pelo? ¿se me ve bien este labial?) son obligatorias para finalizar el ritual.
La paciencia es una virtud: después del constante uso, los baños se ponen sucios. Entonces hay que tener paz porque las cosas hechas con calma quedan mejor. Si andamos en mini, no hay problema pues solo hay que mandar todo para arriba (y los calzones nunca bajan de la rodilla). Pero si el atuendo del día son los pantalones, hay que recoger un poco los ruedos para que no se mojen en la cochinada del piso, y toda esta preparación para evitar accidentes, lleva tiempo.
El asiento de la taza, el peor enemigo: si existe un pecado capital y recondenado en el código de conducta femenil de los baños es sentarse en la taza. Por tanto, el proceso de micción en nosotras también requiere de un gran desarrollo de los sentidos del equilibrio y del pulso para no pringar por todo lado (léase: pantorrillas y pantalón) lo que está destinado a caer en la taza.
Papel higiénico, un aliado indispensable: esto sí es delicado porque nosotras no podemos aplicar la sencilla y práctica técnica de la sacudida. Nosotras tenemos que secarnos porque si no es una pura incomodidad el resto del rato. Aquí entra en juego la compañía pues es totalmente aceptado pedirse papel entre los cubículos, incluso si no nos conocemos, porque en eso somos muy solidarias. Pero por si acaso no hubiera papel del todo, cualquier mujer precavida llevará metido un par de servilletas en la bolsa trasera del pantalón o dentro del bolso, ya sea para su uso personal o para la amiga que pega gritos desde la cabina adyacente.
Las filas son interminables: Todo el mundo tiene que haber notado alguna vez que las filas en los baños femeninos (en especial cuando el lugar está a reventar porque es fin de semana o un lunes en El Cuartel) son kilométricas. Nunca, nunca (repito, NUNCA) es tan necesaria una amiga a nuestro lado como cuando tenemos que comernos esas benditas filas.
Entonces, no es que no podamos ir al baño solas, sí podemos. Lo que pasa es que, sumando los tiempos que todo el proceso implica, sabemos que vamos a pasar ahí un buen rato que sin duda será más divertido y ameno, si llevamos a una amiguita para compartir.