jueves, 26 de mayo de 2011

Sin permiso, no toque


Recuerdo a un poeta, figurativamente fallecido hace algunos años ya, a quien le cuestioné en cierta ocasión el porqué sus textos sexuales contenían cierto grado de violencia; eso según mi libre interpretación de los mismos.

Algunos de esos escritos, que para mí eran más narraciones poético-sexuales que otra cosa, parecían contener visos de violación y aunque en realidad yo no creía que así fuera, la pregunta estaba en el aire y un día se la dejé ir.

El poeta se rió (a carcajadas) y me dijo que no. “Todo, siempre, ha sido consensuado”. Bien, la respuesta me satisfizo (y calmó un poco el temor morboso que sentía por el tipo) pero más allá de eso, se me quedó grabada en la memoria.

Y es que, aunque casi todo en esta vida debería ser así, el sexo en particular tiene que suceder SIEMPRE por mutuo acuerdo. En eso no existen medias tintas: o los dos quieren o no hay de piña. Cualquier suceso en condiciones distintas a esas se convierte en abuso.

Pero como de todo hay en la viña del Señor, existen las personas que esto no lo entienden, no lo quieren entender o simplemente se hacen las soviéticas. Claro, también están quienes sufren alguna enfermedad o parafilia, pero esos casos no sé si echarlos en un saco aparte porque no logro decidirme cuánto de enfermedad y cuánto de sinvergüenzada tenga el asunto.

Para cualquier análisis, además, se debe tener claro que sexo no necesariamente debe implicar penetración. Un tipo que, por ejemplo, se saque el “pato-aparato” (como diría una amiga mía) para enseñárselo a alguien (sea hombre o mujer) que no lo quiera ver o que no se lo haya pedido de forma explícita, está cometiendo una violación. Leve o no, es una violación igual.

Voy a lo mismo con aquellas personas a quienes les fascina meter mano cuando no tienen permiso. ¿A quién no le ha pasado que le toquen una teta, una nalga o le metan la mano en la entrepierna cuando ha ido caminando por esos caminos de Dios, ocupándose de sus propios asuntos?

Aparte de la furia que se puede sentir (ganas de agarrar a patadas a esa persona no termina de describirlo) está la humillación de que hayan violentado tu intimidad en plena vía pública. Para nosotras las mujeres, en especial, es algo muy humillante.

De hecho, después de la última vez que me tocaron en la calle, me hice a mí misma la promesa de aprender algún tipo de arte marcial, para acostar en la acera y patearle su pervertido e impertinente trasero a quien se atreviera a intentarlo de nuevo.

No pregunten. No he ido a las clases, pero ando gas pimienta en el bolso siempre, por si acaso.

Por eso me alegra mucho el fallo de un día de estos en el que a un tocón de esos, que probablemente se iba a caminar por las calles de San José a ver a cuánta mujer incauta manoseaba, para sentirse muy machito y poder sublimar su patética vida sexual, le dieron 4 años de prisión por abusador.

¿La moraleja? Si no tiene permiso, no toque. Si cree que su contraparte se pueda enojar, no toque. Si va por la calle y no conoce a la persona, no toque.

Pero si tiene la seguridad de que a la otra persona le va a gustar, está esperando el contacto y tiene todos los permisos legales, sanitarios y municipales, no toque: entre.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La Bisagra Reloaded

Hola a todos y a todas:
Aquí estamos, retomando este espacio sin censura y sin tapujos, gracias a un cursito de periodismo electrónico que me toca llevar en la U este cuatri. Quisiera darles la bienvenida e invitarles a que se sientan totalmente a gusto para comentar, criticar, compartir experiencias y opiniones, y a la vez contarles que también van a encontrarse, de vez en cuando, con un par de publicaciones de corte meramente periodístico, como requisito del curso que les conté.
Sin embargo, pueden esperar lo usual que La Bisagra les ha ofrecido en meses anteriores desde su apertura: contenido picante, divertido y sabroso.
Quedan en su casa, electrónicamente hablando.