Hace menos de una semana agarraron a otro alcalde saliendo
de un motel, no sólo en horas laborales sino que también en un carro oficial de
la Muni. La vez pasada había sido
uno de la zona sur el de la noticia.
Esta vez, no sabemos si el alcalde -que ejerce en Coronado- haya logrado
“coronar” (aunque suponemos que sí);
lo que sí sabemos es que, independientemente de lo que haya logrado
meter o sacar en el motel, esa se puede catalogar como una cogida espectacular
pues no se limitó al cuartito ese, sino que de paso se hizo cogidos a los
contribuyentes del cantón que le pagan el salario, el carro y la gasolina. O sea, a todos se los gozaron de lo
lindo, en una sola tanda.
Luego está el asunto de los compadrazgos políticos en las
contrataciones millonarias que tan de moda se han puesto. Esos equivalen a una gran orgía en la
que las voces cantantes (o sea, los que clavan) son los que se echan a la bolsa
el menudillo en dólares y el pueblo es el que hace las de colchonetas muerde-almohadas
mientras se lo pisan sabroso.
Recordemos también el infame intento de aumentazo de salario
que orquestaron los “padres de la patria”, nomás asumiendo sus curules. O el proyecto de ley para garantizarse
inmunidad perpetua. Estos casos de
legítimo incesto (los padres queriéndosela meter a la patria), de haberse
materializado, habrían sido motivo de estudio hasta de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos por su excesiva crueldad: hubiera sido una cogida de a parado, por Detroit y sin
vaselina.
Y qué decir del precandidato presidencial que arranca su
campaña a unos meses de iniciado el nuevo gobierno, el que desesperado por no
mejorar su maltrecha imagen recurre a medidas extremas y suaviza su voz, adopta
un tono falso de discurso, se maquilla y aplica la táctica del “sweet-talker”
para seducir a sus víctimas.
Típico ejemplo del sátiro a la salida del kínder: su único objetivo es
mandarse a cuanto pollo-re-pollo le preste oído y se trague su hablada.
Entonces, diariamente a este pueblo labriego y sencillo, se
lo cogen de forma sistemática entre la clase política y la clase
gubernamental. Como dirían los
gringos: we’re fucked. Aquí las
cogidas se reparten tieso y parejo, a diestra y siniestra, y sobran los botones
de muestra.
Todo esto para decir que hay temas que definitivamente no me
gustan, como la política. Menos
aún mezclado con otros que para mí son sagrados, como por ejemplo, el sexo. Sin
embargo, debo confesar que hace unos días –gracias a una asociación poco
natural de estos dos tópicos que creía antagónicos- entendí por fin la razón de
que seamos “el país más feliz del mundo”.