Creo que todos, en algún momento de nuestras vidas nos hemos cuestionado cómo seríamos o cómo actuaríamos si fuéramos del sexo opuesto y algo hemos dicho poniéndonos en ese hipotético lugar. Pero esas son cosas que uno dice, piensa o asume porque desde la acera del frente se ven muy simples. La realidad es otra muy distinta.
En esa nota me puse a investigar acerca del misterio que es para mí –y creo que para muchas otras chicas - el comportamiento masculino en los baños públicos, específicamente cuando van al proceso de micción (o sea, a mear) en orinales de esos que están seguiditos y sin divisiones entre sí. A continuación algunos de esos resultados que fueron más que reveladores, basados en lo que contestó la mayoría.
El valor de la soledad: Los hombres buscan el orinal que está más libre de moros en la costa –cuando se puede- para desechar sus líquidos en paz aunque eso signifique dar más pasos y aguantar más rato, si el que está más cerca tiene los flancos sitiados. Todo con tal de evitar miradas inquisidoras que los puedan incomodar.
Aparece el pudor: ¿Quién lo diría? ¡Se tapan! Así mismo como lo leen; si todos los campos están tomados y les toca orinar al lado de alguien u otro sujeto llega y se les pone a la par, se reacomodan para que su “soldado y compañero de armas” quede a resguardo de miradas ajenas.
Hablémosle a la pared: Cuando están ahí, casi ninguno desvía la mirada hacia los lados, ni siquiera por curiosidad. Se considera una “falta de todo” en el código de ética varonil, por así decirlo. Los que se fijaron alguna vez, nunca más lo hicieron de nuevo porque algún chasco les pasó. Ahí la cosa es “a-lo-que-vinimos”. Es más, la mayoría aplica la técnica del caballo con anteojeras y mientras le cambian el agua al pajarito, miran fijamente a la pared que tienen en frente, como si estuvieran viendo la final de un mundial de fútbol en pantalla de plasma. Y yendo todavía más allá, dicen que hasta pueden conversar entre ellos pero nunca –ojo, NUNCA- hacen contacto visual siquiera.
Perdiendo la paz: Si se percatan de que el compita de al lado les está echando el ojo, primero se ponen nerviosos y/o incómodos. Después, cuando recuperan la calma les entra el valor y lanzan la mirada de vuelta, pero en un tono desafiante, como diciendo ¿qué me estás viendo rostrodemiembroviril? (para decirlo decentemente) y luego se meten más en el orinal o simplemente mejor sacuden y se van. Hay quienes incluso dicen que cuando se saben observados les da pánico escénico y se les corta el chorro.
Economía de papel: Para el sencillo y sagrado acto de orinar, ellos no tienen nuestra limitante con respecto al papel higiénico porque lo que se estila en su caso es la sacudida, que también está regulada en forma tácita. Por ejemplo, la cantidad promedio que se la sacuden después de la meada y antes de guardarla es de 2 a 3 veces. Y aunque dicen que un famoso grafitti de baño de hombres reza algo así como “más de tres sacudidas es sobo”, hay quienes replican que la cantidad de sacudidas depende del volumen de la meada. Ni que fuera una manguera de jardinería…
Tal parece entonces que, aunque muchos se agarren el miembro delante de quien sea cuando les da la gana o hablen entre ellos de tamaños y de sexos sin que les dé pena, la misma falta de pudor no es aplicable en el baño de hombres. Ahí hay que taparse. Ahí todo desconocido se vuelve un Samuel en potencia. Ahí la desconfianza y el recato hacen dúo para la música de fondo que acompaña a los chorritos.
En esa nota me puse a investigar acerca del misterio que es para mí –y creo que para muchas otras chicas - el comportamiento masculino en los baños públicos, específicamente cuando van al proceso de micción (o sea, a mear) en orinales de esos que están seguiditos y sin divisiones entre sí. A continuación algunos de esos resultados que fueron más que reveladores, basados en lo que contestó la mayoría.
El valor de la soledad: Los hombres buscan el orinal que está más libre de moros en la costa –cuando se puede- para desechar sus líquidos en paz aunque eso signifique dar más pasos y aguantar más rato, si el que está más cerca tiene los flancos sitiados. Todo con tal de evitar miradas inquisidoras que los puedan incomodar.
Aparece el pudor: ¿Quién lo diría? ¡Se tapan! Así mismo como lo leen; si todos los campos están tomados y les toca orinar al lado de alguien u otro sujeto llega y se les pone a la par, se reacomodan para que su “soldado y compañero de armas” quede a resguardo de miradas ajenas.
Hablémosle a la pared: Cuando están ahí, casi ninguno desvía la mirada hacia los lados, ni siquiera por curiosidad. Se considera una “falta de todo” en el código de ética varonil, por así decirlo. Los que se fijaron alguna vez, nunca más lo hicieron de nuevo porque algún chasco les pasó. Ahí la cosa es “a-lo-que-vinimos”. Es más, la mayoría aplica la técnica del caballo con anteojeras y mientras le cambian el agua al pajarito, miran fijamente a la pared que tienen en frente, como si estuvieran viendo la final de un mundial de fútbol en pantalla de plasma. Y yendo todavía más allá, dicen que hasta pueden conversar entre ellos pero nunca –ojo, NUNCA- hacen contacto visual siquiera.
Perdiendo la paz: Si se percatan de que el compita de al lado les está echando el ojo, primero se ponen nerviosos y/o incómodos. Después, cuando recuperan la calma les entra el valor y lanzan la mirada de vuelta, pero en un tono desafiante, como diciendo ¿qué me estás viendo rostrodemiembroviril? (para decirlo decentemente) y luego se meten más en el orinal o simplemente mejor sacuden y se van. Hay quienes incluso dicen que cuando se saben observados les da pánico escénico y se les corta el chorro.
Economía de papel: Para el sencillo y sagrado acto de orinar, ellos no tienen nuestra limitante con respecto al papel higiénico porque lo que se estila en su caso es la sacudida, que también está regulada en forma tácita. Por ejemplo, la cantidad promedio que se la sacuden después de la meada y antes de guardarla es de 2 a 3 veces. Y aunque dicen que un famoso grafitti de baño de hombres reza algo así como “más de tres sacudidas es sobo”, hay quienes replican que la cantidad de sacudidas depende del volumen de la meada. Ni que fuera una manguera de jardinería…
Tal parece entonces que, aunque muchos se agarren el miembro delante de quien sea cuando les da la gana o hablen entre ellos de tamaños y de sexos sin que les dé pena, la misma falta de pudor no es aplicable en el baño de hombres. Ahí hay que taparse. Ahí todo desconocido se vuelve un Samuel en potencia. Ahí la desconfianza y el recato hacen dúo para la música de fondo que acompaña a los chorritos.
1 comentario:
Hola, Flo. Les quitaste el misterio a todas las fantasías que había tardado siglos en hacerme en la cabeza, con respecto a lo que hacen las mujeres en los baños públicos...
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