Okay, no sé cuál de las “buenas nuevas” me impactó más, si la del acato al recato, la del “no al erotismo” o la de la “desimitación” de los hombres.
Pero como dijo Jack el Destripador, vamos por partes. Tal parece ser que, si la cosa sigue por donde va, pronto el calentamiento global se va a hacer sentir con más fuerza (por lo menos para nosotras las féminas) porque nos va a tocar que volver a ponernos calzones de manga larga y, si es posible, de manta, para no solo tener calor sino también andar chimadas. Los brassieres de copa entera deberán ser la norma y las maxis tendrán que reemplazar a las culifaldas que tanta frescura nos proporcionan en estos días de verano.
Por otro lado, a todas aquellas mujeres que ya no piensan tener más güilas (como moi) les digo que parece que nos jodimos porque dice Monseñor Ulloa que el “don sexual” que se nos otorgó, debe ser limitado al fin último del mismo: la fecundación. Si no, nos vamos al infierno.
Así las cosas, a las que todavía están pensando en aumentar la familia, les recomiendo planificar MUY BIEN el polvillo (que más bien tendría que venir a convertirse en un POLVAZO) para que le saquen provecho porque no les vuelve a tocar sino hasta que decidan ser fecundas again. Lo que no me queda claro es si las que ya de plano no pueden tener chamacos también se quedaron con el aparato sexual de adorno, eso no lo explicaron ayer en Cartago…
Dicho lo anterior, a olvidarse del erotismo que tantas alegrías y satisfacciones nos ha traído a las mujeres, a quienes tanto nos ha costado dominar su arte a lo largo de estos siglos. Bye, bye candelitas aromáticas, juego previo, aceititos calentones, toqueteos, lengüetazos y demás; cancelados en el nombre de monseñor-enviado-especial-del-Vati.
Y para cerrar con broche de oro, yo creo que ya ni los pantalones nos vamos a poder poner (aunque nos toque si somos jefas de hogar o mamás solteras) porque nos mandaron a no imitar a los hombres, ya que la inteligencia nuestra es “diferente” (lo cual generalmente es un eufemismo usado para no decir otra cosa) y nos toca potenciar nuestro rol dentro de la familia, porque resulta que todavía no hacemos lo suficiente.
De todas esas cosas fuimos enteradas ayer martes 2 de agosto, durante la homilía en la Basílica de Cartago. Cualquiera pensaría que el año que acompaña a la fecha de tal sermón sería, mínimo, por ahí de 1820, en plena vida colonial. Aún así, yo creo que somos bastantes quienes creemos que tal vez podría haber sido alguito más cerca del siglo XIV que del XIX.
Y sin embargo henos aquí, en pleno siglo XXI, escuchando estas bellezas de discursos que nos quieren poner en patitas de cangrejo a caminar en reversa, para que volvamos a ser lo felices que éramos en aquellos tiempos. ¿O es sólo la Iglesia Católica la que ya no se siente feliz porque el rebaño se le "desadoctrinó"?
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