Recuerdo claramente la primera conversación que tuve acerca de consoladores. Fue con una amiga, que a su vez tenía una amiga casada con un gringo. Para el cumpleaños, el gringo le había regalado a su esposa, Dilana, un consolador. Según mi amiga, que lo había visto, el aparato era enorme y estaba en clara desproporción con la talla petite de Dilana. Además de eso, era de color verde fosforescente, apenas para no pasar desapercibido en la gaveta de la mesita de noche, por si alguien lo necesitaba con urgencia en la oscuridad. Se ganó el apodo del “monstruo verde de Dilana”.
En aquella ocasión (aclaro que fue hace varios años ya) mi amiga y yo disertábamos acerca de si el gringo era una de dos opciones: un gran pervertido o un gran impotente. Por supuesto que en esas épocas de oscurantismo sexual, la única funcionalidad de un “dildo” (como se le llama popularmente en inglés) era llenar la ausencia absoluta y permanente de un pene que le colaborara a una. O sea, tener un consolador si acaso era aceptable para una mujer sin pareja y su posesión se mantenía bajo el máximo secreto. Qué tristes tiempos los de la ignorancia…
Y por supuesto que, al ser básicamente un instrumento de autogratificación, las masas (en especial, las mismas mujeres) le fruncían el ceño a su sola mención. A pesar de ello, muchos chistes y cuentos se han inventado al respecto. El más clásico (y el más perdedor) es el de la chica que encuentra a su padre bien borracho en la cocina de la casa, con el consolador plantado en el centro de la mesa, pues se está pegando una “juma” con su yerno.
Pero, si bien es cierto que los consoladores y/o vibradores cumplen esa función en las labores solitarias, no se puede ni siquiera soñar con que lleguen a reemplazar al mero mero, por más que se le parezcan; por más arruguitas y venitas que les texturicen o por más silicon que los revista. Y esto es algo que deberían tener muy claro todos los hombres. Son herramientas muy útiles, sí, pero de accesorios no pasarán.
Eso dicho y aclarado, es necesario mencionar que hay una nueva función que más recientemente se le ha descubierto a estos pequeños amigos: se pueden usar de juguete en una relación de dos. Para nadie es un secreto que a los hombres les encanta pensar en una mujer que se masturba. Y como a nosotras nos encanta complacerlos, si de hecho pudieran ver en vivo y en directo, en vez de solo imaginárselo, ¿se imaginan a qué nuevos puntos de ebullición se podría llevar la temperatura en la cama?
Sin embargo, con todo lo maravilloso y divertido que suena lo anterior, existe un pequeño problema: todavía hay algunos machos (la mitad de los que interrogué, más o menos) que parecieran sentirse amenazados por ese enano con o sin baterías, que sólo los representa en una milésima parte. Talvez crean, con gran desatino, que pueden ser remplazados; entonces se cierran y se niegan a experimentar con algo que puede ponerle mucho picante a la relación.
En lo personal, creo que todas las mujeres deberíamos tener un consolador alguna vez en la vida (aunque no tengamos mesita de noche) y, yendo aún más allá, pienso que debería ser un hombre el que nos lo obsequie. Existen de todos los diseños, colores, materiales y tamaños (hay algunos realmente bellos); y no son tan caros: andan entre los $40 y los $120 (a estos últimos, según la descripción, sólo les falta hablar). Les dejo el dato, por si lo quieren tomar en cuenta.
De hecho, sin necesidad de que sea un monstruo verde ni nada muy extravagante, dicho individuo, si se decidiera a botarse con el regalillo, puede estar seguro que el detalle a esa chica nunca se le va a olvidar y cuidado que más bien se convierta en un recordatorio constante: el primer hombre que me regaló un falo. Suena bonito, ¿no?
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