(Este dibujo de Munguía, famoso caricaturista tico, representa una parodia de los Caballeros Templarios, con la misión de proteger a las Vírgenes Consagradas)
En una columna de otro tiempo, hablé una vez acerca de la virginidad. Qué difícil es abordar ese tema que ha sido tan mitificado, pero sobre todo con tanto sesgo de género porque bien es sabido que si hay algo sobreestimado en nuestra sociedad es la virginidad femenina.
Porque con los hombres la cosa se da en función inversa a lo que pasa con nosotras: entre más jóvenes ellos puedan decir que la perdieron, más cargas son. A nosotras nos pasa lo contrario, si dejamos de ser vírgenes muy chamacas, mayor probabilidad tendremos de ser catalogadas como zorras, aunque lo único que hayamos hecho sea un poco de exploración, a lo cual tenemos el mismo derecho que los hombres.
Claro que para ellos jamás habrá polvo más preciado que aquel en el que “rompen” o “abren camino”, porque saben que están marcando un territorio y con tinta casi indeleble. Por eso muchos se escandalizan o tratan de no pensar en eso si se enteran de que la mujer que aman (cuando se enamoran) ha estado con otros. Algunos incluso prefieren hacer de cuentas que son los primeros, como en el video de abajo.
Todo este tema me viene a la mente por una reciente noticia acerca de la reinstauración de un rito católico en el que las mujeres, sin convertirse en monjas, consagran su virginidad a Dios (y ojo, hasta tienen Facebook). Para mí cualquiera de las dos opciones (monja o virgen consagrada) suenan a suicidio.
Los seres humanos, hombres y mujeres por igual, somos seres altamente sexuales. Es más, somos de las pocas especies que practican el sexo recreativo (¡y que si es recreativo!). Además, está científicamente comprobado que disfrutar de la sexualidad plena no sólo es una necesidad sino un derecho elemental de todo ser humano.
Yendo más allá, hay más que suficientes testimonios de la mayoría de las personas que “eligen” la castidad terminan buscando “formas alternativas” de satisfacer su deseo sexual, manteniendo sus votos con base en un tecnicismo que, generalmente, se devuelve en algún momento a patearles el trasero.
A la pregunta de si tomarían la decisión de vivir el resto de su vida sin sexo, un 28% contestó que NO pero una abrumante mayoría del 65% decidió irse a los superlativos con la respuesta y respondió que JAMÁS. Sólo un 4% dijo que sí (y aún así creo que fue alguna de mis amistades, sólo para vacilarme) y el 2% respondió que podría considerarlo eventualmente.
Eso quiere decir que, afortunadamente, la Orden de las Vírgenes Consagradas por estos lados no se ganaría ni una peseta.