miércoles, 9 de abril de 2008

Yo con yo (Nov-07)

En el camino hacia el descubrimiento sexual de hombres y mujeres, al dar los primeros pasos, los nombres de Manuela y Dedóstenes, respectivamente, aparecen en mi memoria como sus protagonistas y grandes grupos contemporáneos tales como Soda Stereo (El temblor) o Ghandi (El invisible) le han dedicado disimuladamente letras de alguna canción. Sí, estoy hablando de esa práctica que ha sido tan satanizada a lo largo de nuestra historia, conocida comúnmente como masturbación y de manera más formal como onanismo o autogratificación. Los mitos albergados alrededor de ella son muchos y muy negativos, sobre todo aquellos que disfrazados de razones absurdas (como que masturbarse produce ceguera, crecimiento de pelos en la mano cómplice, pérdida de memoria o embrutecimiento) están dirigidos a provocar miedo y remordimiento, cuando la realidad es que casi TODO con respecto a la masturbación representa una ganancia para sus practicantes.
Primero, constituye la práctica sexual más segura que existe (y que nadie me salga con el cuento de que la abstinencia es más segura porque para empezar ni tiene nada de práctica ni es sexual); no hay riesgo de embarazos no deseados ni de contraer enfermedades venéreas. El único requisito es limpieza en las manos y/o accesorios complementarios.
Segundo, la práctica hace al maestro. Desde el punto de vista femenino, yo siempre me he preguntado ¿cómo puede una mujer pretender que su pareja le conozca el cuerpo de manera que le pueda dar placer si ella misma no lo conoce antes? Es cuestión de lógica básica: yo sé lo que me gusta, esto me califica para pedir e incluso instruir al respecto, si fuera el caso. Por el lado masculino, practicar a solas antes de una cita importante o de un encuentro muy esperado es una estrategia de audacia indiscutible: conlleva grandes beneficios en términos de administrar con eficiencia los niveles de ansiedad que, de no manejarse bien, podrían resultar en finales prematuros y embarazosos.
Tercero, no hay responsabilidades ante terceros. En esto quedas en solitario, por lo menos, físicamente hablando, puesto que la imaginación es un recurso indispensable. Sin embargo, como la contraparte es mental, no hay bronca si tu desempeño no es el esperado; se vale volver a empezar de cero y no hay porqué ni ante quién avergonzarse. Nadie te va a reclamar que no te esforzaste lo suficiente porque vos sabes que diste lo mejor de vos y usaste todo lo que estaba en tus manos, literalmente.
Cuarto, no hay peligro de enamorarse porque el amor ya va implícito. Estás a solas con la persona que más te quiere en el mundo: vos. ¿Quién te quiere más que vos? Nadie (bueno, talvez tu mamá, pero habría que ver…). Yo, por ejemplo, me amo demasiado y me lo repito y me lo demuestro constantemente. No me da vergüenza decirlo y pienso que a nadie debería de darle.
Quinto, es un excelente quita estrés. Como es bien sabido (y fundamentado con estudios científicos) el sexo libera tensiones y mejora el humor de quien lo practica. En este sentido, la condición de independencia que nos otorga el onanismo es un valor agregado cuando las circunstancias no se prestan para algo más interactivo. El fin justifica los medios.
Podría seguir con la lista, pero me haría falta mucho espacio. El caso es que, aunque casi todas las personas lo nieguen (en especial las mujeres y acerca de este tema prometo ahondar en el futuro) estamos hablando de algo que se practica mucho más que el mismo acto sexual, algo más libre y más propio del ser individual; algo cuyo control está completa y exclusivamente en nuestras manos. Es tener el placer al alcance de los dedos, ¿qué más se puede pedir?

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