Los temas más divertidos pueden surgir en la conversación cuando se congregan dos o más mujeres. Incluso con orejas masculinas deambulando en los perímetros del “foro” femenino, el discurso puede dar giros intensos e inesperados.
Un sábado de estos, varias amigas empezamos a hablar de ellos, de los hombres. No recuerdo por cuál razón específica nos metimos en el tema de los homosexuales y de ahí pasamos al reconocido tabú que es el sexo anal. Una de ellas (evidente y fuertemente influenciada por la película Brokeback Mountain) afirmó con vehemencia que cualquier hombre que busque tener sexo anal con su compañera es, sin lugar a dudas, un tipo con tendencias homosexuales.
-“No necesariamente”- dijo otra- “depende de la frecuencia con que lo pida.”
Esta amiga, a quien llamaré Teresa, afirma que una cosa es que de vez en cuando y por mutuo acuerdo (en pro del gusto que da la variedad) se le dé un giro de 180° a la situación en la alcoba, y otra muy diferente que todo el tiempo o la mayoría de las veces el tipo quiera que le den la espalda, lo que demostraría un patrón de conducta no muy normal en una relación heterosexual.
Hay un hecho comprobado científicamente y es que en las proximidades inmediatas del ano (llamado cariñosamente por muchos “el asterisco”) hay un centenar de terminaciones nerviosas que hacen del lugar un punto muy sensible a la estimulación y al tacto, tanto que me atrevería a asegurar que si no fuera porque nosotras ya tenemos bien ubicado nuestro Punto G, ambos sexos habríamos compartido coordenadas geográficas al respecto.
Entonces, nos pusimos a especular que los hombres heterosexuales tienen razón de guardar y proteger con tanto celo la zona en cuestión, porque hemos escuchado rumores de que, por lo general, el que prueba le gusta y si le gusta pues imagínense cómo puede seguir la historia.
Pero volviendo al tema de la variedad, actualmente muchos profesionales en sexología insisten en la importancia de experimentar e innovar en la relación sexual para mantener en un nivel adecuado las dosis de pasión e interés dentro de la pareja. Sin embargo, esto no es nuevo. Lo realmente novedoso es que la opción del sexo anal entre parejas heterosexuales sea aceptada y considerada como una alternativa viable y muy placentera para ambas partes, si se siguen las recomendaciones del caso. A saber: una excelente lubricación (aquí se vale de todo pero casi siempre implica el uso de sustancias externas o, como dice Willy “mucha salivita”), una estimulación gradual del orificio anal (máxime si es noche de debut), suficiente tiempo, calma y relajación y, lo más importante, un completo control de los movimientos por parte de la mujer.
Al final, todas coincidimos en que de todo hay que probar en esta vida para poder decir “me gustó” o “no me gustó”, aparte de que es importante reconocer que poco a poco las mentes se van abriendo más y más en lo que a sexo se refiere, dejando atrás, con pompa y gloria, el tiempo en que hasta la práctica sexual más básica era tachada de pecaminosa y tabú.
Así las cosas, gente, les dejo la inquietud de la media vuelta. Y cierro el tema aquí porque, como me dijo una de las chicas esa noche, esta columna se llama La Bisagra, no El Asterisco. Aunque de vez en cuando nos guste darle vuelta a la moneda para verle la otra cara.
Un sábado de estos, varias amigas empezamos a hablar de ellos, de los hombres. No recuerdo por cuál razón específica nos metimos en el tema de los homosexuales y de ahí pasamos al reconocido tabú que es el sexo anal. Una de ellas (evidente y fuertemente influenciada por la película Brokeback Mountain) afirmó con vehemencia que cualquier hombre que busque tener sexo anal con su compañera es, sin lugar a dudas, un tipo con tendencias homosexuales.
-“No necesariamente”- dijo otra- “depende de la frecuencia con que lo pida.”
Esta amiga, a quien llamaré Teresa, afirma que una cosa es que de vez en cuando y por mutuo acuerdo (en pro del gusto que da la variedad) se le dé un giro de 180° a la situación en la alcoba, y otra muy diferente que todo el tiempo o la mayoría de las veces el tipo quiera que le den la espalda, lo que demostraría un patrón de conducta no muy normal en una relación heterosexual.
Hay un hecho comprobado científicamente y es que en las proximidades inmediatas del ano (llamado cariñosamente por muchos “el asterisco”) hay un centenar de terminaciones nerviosas que hacen del lugar un punto muy sensible a la estimulación y al tacto, tanto que me atrevería a asegurar que si no fuera porque nosotras ya tenemos bien ubicado nuestro Punto G, ambos sexos habríamos compartido coordenadas geográficas al respecto.
Entonces, nos pusimos a especular que los hombres heterosexuales tienen razón de guardar y proteger con tanto celo la zona en cuestión, porque hemos escuchado rumores de que, por lo general, el que prueba le gusta y si le gusta pues imagínense cómo puede seguir la historia.
Pero volviendo al tema de la variedad, actualmente muchos profesionales en sexología insisten en la importancia de experimentar e innovar en la relación sexual para mantener en un nivel adecuado las dosis de pasión e interés dentro de la pareja. Sin embargo, esto no es nuevo. Lo realmente novedoso es que la opción del sexo anal entre parejas heterosexuales sea aceptada y considerada como una alternativa viable y muy placentera para ambas partes, si se siguen las recomendaciones del caso. A saber: una excelente lubricación (aquí se vale de todo pero casi siempre implica el uso de sustancias externas o, como dice Willy “mucha salivita”), una estimulación gradual del orificio anal (máxime si es noche de debut), suficiente tiempo, calma y relajación y, lo más importante, un completo control de los movimientos por parte de la mujer.
Al final, todas coincidimos en que de todo hay que probar en esta vida para poder decir “me gustó” o “no me gustó”, aparte de que es importante reconocer que poco a poco las mentes se van abriendo más y más en lo que a sexo se refiere, dejando atrás, con pompa y gloria, el tiempo en que hasta la práctica sexual más básica era tachada de pecaminosa y tabú.
Así las cosas, gente, les dejo la inquietud de la media vuelta. Y cierro el tema aquí porque, como me dijo una de las chicas esa noche, esta columna se llama La Bisagra, no El Asterisco. Aunque de vez en cuando nos guste darle vuelta a la moneda para verle la otra cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario