viernes, 4 de septiembre de 2009

La mejor banda sonora (Abril-2009)

Cuando hablamos de la oralidad en el sexo, no necesariamente hay que imaginarse la-boca-en-aquello o aquello-en-la-boca. Como seres sociales que somos, no podemos dejar de comunicarnos y aunque no se me ocurre mejor forma de comunicación entre dos cuerpos que el sagrado y sabroso acto sexual, a veces nuestra voz también tiene que decir “presente”.
Hay a quienes les gusta hablar o que les hablen. Es obvio que no me refiero a conversaciones articuladas sobre la crisis económica mundial o el último escándalo político del país. No, ese momento es casi exclusivo para decir esas famosas cochinadas que se escuchan en las películas porno gringas, traducidas por supuesto o más bien, adaptadas.
Habrá a quienes les guste que esas cositas se las digan con una voz fuerte y firme, entre jadeos (no se puede de otra manera, creo) y existirán quienes las prefieran susurradas en la pura oreja. Cualquiera de las dos maneras ayuda a incrementar la excitación no solo de quien las recibe sino también de quien las ofrece.
Dejando de lado las palabras más o menos bien articuladas (no siempre se puede hablar con una dicción impecable cuando la agitación es mucha; si no lo creen, traten de conversar cuando van corriendo…) otro factor oral que está presente en las interacciones sexuales son los gritos.
Por lo general, somos las mujeres las gritonas. En esto no hay mucha tela que cortar: están las que gritan y las que tienen silenciador. Conozco a una chica que dice que si no se libera pegando alaridos, no siente que cogió a cabalidad. El problema de esto es que tiene que hacer una de dos cosas: o coger siempre en un motel donde nadie vaya a llamar a la policía porque piensen que la están matando, o vivir en una casa un poco alejada de los vecinos porque si no se darían cuenta cada vez que se echa un polvo.
Conozco a otra que dice que no grita. No porque no quiera o no le guste, sino porque así se acostumbró desde que empezó a travesear con su primer novio. Explica que esas “travesuras” tenían que ser a escondidas y con frecuencia en la casa de los papás de una o del otro, por lo que la discreción era fundamental. Como en materia de sexo casi todo se vale y casi todo hay que probar, la recomendación es intentarlo ahora, a ver qué le parece.
Lo importante del asunto no es qué tan fuerte sea el grito sino que ambos se sientan cómodos con la bulla, porque me contaba un amigo que una vez estaba en lo más y mejor con una doña y de repente esta soltó un gruñido horrible, tan feo dice, que se acordó de Linda Blair en El Exorcista y cuando vio que tenía los ojos en blanco se asustó tanto que se le bajó todo. Entonces, la moderación también es aconsejable.
Otra expresión oral muy aceptada y bien recibida son los gemidos. Un término medio entre la palabra y el grito e indudable prueba de nuestros instintos animales más primitivos, los gemidos están siempre cargados de sensualidad. Son además muy sugestivos y dicen muchísimas cosas sin necesidad de tanto esfuerzo en articular frases o rasparse la garganta.
Si lo táctil y lo visual son factores fundamentales en el sexo, lo mismo que en una buena película, el soundtrack no se puede quedar atrás. Subir o bajar el volumen, en realidad es intrascendente: el efecto que producen los sonidos en sincronía con los movimientos es lo que verdaderamente importa. Es una de las cosas que nos invita a volver a ver la “movie”.

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