Una de las cosas más maravillosas del sexo es que casi cualquier escenario es bueno para practicarlo, siempre y cuando se tomen las precauciones básicas para evitar arrestos por atentar contra la decencia y la moral pública.
Muchas veces, los lugares menos indicados son los que más tentación representan para los presuntos implicados. Uno de esos lugares “menos indicados” es el lugar de trabajo, mejor conocido como “el brete”.
Y digo que es de los menos recomendables porque, en el caso de ser descubiertos (dependiendo del rango y posición de los felices calenturientos) puede costarles no solo la vergüenza (el bañazo) delante de los compañeros, sino también el pan de cada día porque muy probablemente les corten el rabo por pelárselo, de manera literal, en el santo lugar de labores.
Creo que todos hemos escuchado el sabio consejo que dice que no es conveniente meter la pinga en la planilla. Sin embargo, estoy segura de que ese consejo aplica más que todo en una dirección jerárquica de arriba hacia abajo. ¿Por qué? Pues porque hay que ser jefe o por lo menos tener personal a cargo para poder meterla en la planilla. De otra forma sólo sería un revolcón entre subalternos.
Veamos, como ejemplo clásico de todos los tiempos, el caso del jefe y la secretaria. Si todo lo que los vincula está bien ubicado entre la oficina de él y el escritorio/archivo de ella, ¿qué necesidad tienen de salir del edificio? ¿Qué tanto pueden comer que se tarden 3 horas en un almuerzo? Y más aún, ¿dos o tres veces a la semana? Que yo sepa, el día de la Secretaria es una vez al año, igual que el de las Madres y el del Adulto Mayor y a ninguno de los dos últimos los sacan a “comer” tan seguido.
La recomendación de evitar las relaciones sexuales en el trabajo, a pesar de lo saludable, es obviada con mucha frecuencia. Al parecer, el riesgo que implica el ser atrapado en el acto (la adrenalina del rapidín a escondidas o la quedada tarde para hacer “horas escritorio” en vez de hora extra) sigue siendo un gran motivante para muchas criaturas; y el sueño convertido en pesadilla de muchas otras.
Sé de parejas que han sido pilladas en lo más y mejor dentro de los baños; otras en la alfombra entre los sillones de la oficina (en un intento de utilizar el mobiliario como trinchera, con poco éxito por supuesto); otras detrás/debajo del escritorio. Sé de una chica que se metió a coger con un compañero en un closet y el jefe la sacó arrastrada de los tobillos mientras el frustrado amante la jalaba de las muñecas para que no se la llevaran. Me imagino que el pobre no había tenido chance de terminar. ¡Eso sí es un pecado!
Lo cierto es que, el común denominador en cada situación de estas es el color (o el colorazo, depende). Me explico: ya sea que sean pillados, en cuyo caso la pena suele ser mayúscula porque, por lo general, quedan expuestos ante todos los inocentes transeúntes que coincidan con la gran pelada de chacalín; o que se salgan con la suya y nadie los pesque, SIEMPRE se les suben los colores a la cara y se les va a notar agitados y/o con problemas de transpiración.
Por eso, la próxima vez que sospechen de algún affair en la oficina (normalmente sólo son sospechas aunque sea un secreto a voces: recordemos que todo mundo es inocente hasta que se le pruebe lo contrario… o hasta que los encuentren pantalones-abajo/enaguas-arriba) presten atención a aquellos individuos que de repente se materialicen ante sus ojos un poco sudorosos y con el look de Heidy cuando recién llegó a la montaña: con los cachetes rojos-rojos, los guachos bien pelados y una cara de gran satisfacción. Fijo se les acaba de hacer el día.
Muchas veces, los lugares menos indicados son los que más tentación representan para los presuntos implicados. Uno de esos lugares “menos indicados” es el lugar de trabajo, mejor conocido como “el brete”.
Y digo que es de los menos recomendables porque, en el caso de ser descubiertos (dependiendo del rango y posición de los felices calenturientos) puede costarles no solo la vergüenza (el bañazo) delante de los compañeros, sino también el pan de cada día porque muy probablemente les corten el rabo por pelárselo, de manera literal, en el santo lugar de labores.
Creo que todos hemos escuchado el sabio consejo que dice que no es conveniente meter la pinga en la planilla. Sin embargo, estoy segura de que ese consejo aplica más que todo en una dirección jerárquica de arriba hacia abajo. ¿Por qué? Pues porque hay que ser jefe o por lo menos tener personal a cargo para poder meterla en la planilla. De otra forma sólo sería un revolcón entre subalternos.
Veamos, como ejemplo clásico de todos los tiempos, el caso del jefe y la secretaria. Si todo lo que los vincula está bien ubicado entre la oficina de él y el escritorio/archivo de ella, ¿qué necesidad tienen de salir del edificio? ¿Qué tanto pueden comer que se tarden 3 horas en un almuerzo? Y más aún, ¿dos o tres veces a la semana? Que yo sepa, el día de la Secretaria es una vez al año, igual que el de las Madres y el del Adulto Mayor y a ninguno de los dos últimos los sacan a “comer” tan seguido.
La recomendación de evitar las relaciones sexuales en el trabajo, a pesar de lo saludable, es obviada con mucha frecuencia. Al parecer, el riesgo que implica el ser atrapado en el acto (la adrenalina del rapidín a escondidas o la quedada tarde para hacer “horas escritorio” en vez de hora extra) sigue siendo un gran motivante para muchas criaturas; y el sueño convertido en pesadilla de muchas otras.
Sé de parejas que han sido pilladas en lo más y mejor dentro de los baños; otras en la alfombra entre los sillones de la oficina (en un intento de utilizar el mobiliario como trinchera, con poco éxito por supuesto); otras detrás/debajo del escritorio. Sé de una chica que se metió a coger con un compañero en un closet y el jefe la sacó arrastrada de los tobillos mientras el frustrado amante la jalaba de las muñecas para que no se la llevaran. Me imagino que el pobre no había tenido chance de terminar. ¡Eso sí es un pecado!
Lo cierto es que, el común denominador en cada situación de estas es el color (o el colorazo, depende). Me explico: ya sea que sean pillados, en cuyo caso la pena suele ser mayúscula porque, por lo general, quedan expuestos ante todos los inocentes transeúntes que coincidan con la gran pelada de chacalín; o que se salgan con la suya y nadie los pesque, SIEMPRE se les suben los colores a la cara y se les va a notar agitados y/o con problemas de transpiración.
Por eso, la próxima vez que sospechen de algún affair en la oficina (normalmente sólo son sospechas aunque sea un secreto a voces: recordemos que todo mundo es inocente hasta que se le pruebe lo contrario… o hasta que los encuentren pantalones-abajo/enaguas-arriba) presten atención a aquellos individuos que de repente se materialicen ante sus ojos un poco sudorosos y con el look de Heidy cuando recién llegó a la montaña: con los cachetes rojos-rojos, los guachos bien pelados y una cara de gran satisfacción. Fijo se les acaba de hacer el día.
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