Siguiendo un poco en la nota de la columna pasada, dejaremos de lado el asunto de la crisis pero vamos a tocar el tema de las emergencias. ¿Quién no ha pasado alguna vez en su vida por un momento de premura tal, que ha tenido que suspender lo que estuviera haciendo para dedicarse de lleno al motivo de la emergencia? Y sí mis queridas criaturitas, adivinaron otra vez: estoy hablando de sexo.
Resulta que en nuestros cuerpos hay unas pequeñas traviesas, llamadas hormonas que cuando les da por hervir se vuelve un poco difícil (por no decir imposible) detener el curso de los acontecimientos que vienen en camino (la calentura que llaman).
Algunas veces es como una cabeza de agua (indetenible y arrastra todo a su paso), otras como un huracán (no nos damos cuenta qué carajos nos revolcó y después todo queda tirado por todo lado) y otras veces es como una aspiradora gigante que succiona todo el aire (y el tiempo) del momento, pues invariablemente ambos protagonistas quedan con cara de sorpresa y sin aire, como diciendo “¿pero qué pasó aquí?”. Aunque sea una pregunta capciosa pues todos sabemos qué fue lo que pasó: se calmó la calenturilla en un dos por tres.
Una pareja de amigos míos me contaba que cuando eran novios y se escapaban a hacer cositas, en más de una ocasión, de la pura urgencia, tuvieron que parquear el carro a la orilla de la carretera antes de llegar a su destino final. Mi amiga se ríe cuando se acuerda pues dice que la primera vez que él arrimó el carro al zacatal ella le preguntó que porqué y él le contestó que porque ya no aguantaba.
-Claro,- intervino él -si llevaba rato de venirme “güeveando” ¿qué quería? Ni que uno fuera de palo…
Otro amigo me cuenta que una vez la chica ni siquiera le dio chance de que parqueara el carro y se le acomodó en medio del volante y él, hasta que se le saciaron las ganas. Eso suena un poco arriesgado, más con la nueva ley de tránsito pues yo supongo que eso debe ser más grave que hablar por celular sin manos libres. ¿Cuánto creen? ¿Unos 200mil de multa? Qué polvo más carillo… Además, cómo hizo para seguir manejando, eso todavía no me lo explico, pero lo importante, según mi amigo es que todo salió muy bien y no hubo daños a terceros (y la nueva ley no estaba en vigencia, muy importante).
La historia de otra pareja conocida es que andaban de gira y aunque sabían que estaban en la misma zona las posibilidades de que se encontraran eran bajas. Pero por esas cosas de la vida se toparon un mediodía y verse fue acalorarse; y en vez de irse a almorzar como dos personas juiciosas les tocó que buscar chante para ir a sudar la calentura, literalmente. La cosa es que como no conocían bien el área se metieron al primer lugar que decía “Cabinas por hora, 24 horas” y resultó ser un chinchorro de aquellos. Dicen que lo importante es que, por lo menos, la cama no se les cayó y sirvió muy bien a su propósito. Y también que, aunque llovió un poquito, los huecos del techo no dieron como para que se mojaran más que con la sudada de rigor.
El vacilón con este tipo de situaciones es que, por más plan de contingencia que se tenga, a veces no da tiempo de ponerlo en práctica.
Yo sé que hay quienes piensan que antes de meterse a un motelucho de cuarta es preferible incluso irse a “cama verde” pero la verdad es que esta última también tiene sus bemoles. Hormigas, troncos o raíces mal puestos, piedras y hasta serpientes son solo algunas de las cosas que se me vienen a la cabeza, en una pequeña lista relacionada con el asunto. Esto sin mencionar siquiera la posibilidad de que algún parroquiano vaya pasando por coincidencia y se tire el rollo. ¡Ay qué pena!
Lo cierto es que cuando se presenta una emergencia de estas, es porque ya existe una buena química entre las partes involucradas y por lo general, con tal de pasar ese rato juntos (tan juntos que no se sabe cual es cual) muchas veces ni les importa donde sea que estén consumando el acto, llámese “Hotel Las Arenas”, “Cabinas El Zacatal” o “Motel El Tamarindo”.
Por eso siempre es recomendable reprimir un poco las ganas de salir huyendo del lugar una vez acabado el show, por más feo que esté el “chante”, pues se puede prestar para malas interpretaciones, sobre todo por parte de nosotras las chicas que a veces somos un poco más sensibles a esas cosas.
Sin embargo, la historia es diferente si aparecen en escena otros bichos indeseables y rastreros no invitados a la fiesta, como cucarachas, ratones o culebras: en ese caso el permiso de huir es general, masivo e irrevocable. O como dirían mis amigas: ¡corramos todas!
Entonces, la idea es que aprendamos a disfrutar de las emergencias que no requieren de donaciones o recolectas (a excepción de fluidos corporales y otros conexos) y tengamos presente que lo único que hay que dejar bien guardado por un rato es el instinto “pipi” o “VIP” para meternos, por un ratito no más, en el pellejo de nuestros ancestros cavernícolas que, de cueva para arriba, cogían en cualquier lado donde les agarrara la calentura.
Resulta que en nuestros cuerpos hay unas pequeñas traviesas, llamadas hormonas que cuando les da por hervir se vuelve un poco difícil (por no decir imposible) detener el curso de los acontecimientos que vienen en camino (la calentura que llaman).
Algunas veces es como una cabeza de agua (indetenible y arrastra todo a su paso), otras como un huracán (no nos damos cuenta qué carajos nos revolcó y después todo queda tirado por todo lado) y otras veces es como una aspiradora gigante que succiona todo el aire (y el tiempo) del momento, pues invariablemente ambos protagonistas quedan con cara de sorpresa y sin aire, como diciendo “¿pero qué pasó aquí?”. Aunque sea una pregunta capciosa pues todos sabemos qué fue lo que pasó: se calmó la calenturilla en un dos por tres.
Una pareja de amigos míos me contaba que cuando eran novios y se escapaban a hacer cositas, en más de una ocasión, de la pura urgencia, tuvieron que parquear el carro a la orilla de la carretera antes de llegar a su destino final. Mi amiga se ríe cuando se acuerda pues dice que la primera vez que él arrimó el carro al zacatal ella le preguntó que porqué y él le contestó que porque ya no aguantaba.
-Claro,- intervino él -si llevaba rato de venirme “güeveando” ¿qué quería? Ni que uno fuera de palo…
Otro amigo me cuenta que una vez la chica ni siquiera le dio chance de que parqueara el carro y se le acomodó en medio del volante y él, hasta que se le saciaron las ganas. Eso suena un poco arriesgado, más con la nueva ley de tránsito pues yo supongo que eso debe ser más grave que hablar por celular sin manos libres. ¿Cuánto creen? ¿Unos 200mil de multa? Qué polvo más carillo… Además, cómo hizo para seguir manejando, eso todavía no me lo explico, pero lo importante, según mi amigo es que todo salió muy bien y no hubo daños a terceros (y la nueva ley no estaba en vigencia, muy importante).
La historia de otra pareja conocida es que andaban de gira y aunque sabían que estaban en la misma zona las posibilidades de que se encontraran eran bajas. Pero por esas cosas de la vida se toparon un mediodía y verse fue acalorarse; y en vez de irse a almorzar como dos personas juiciosas les tocó que buscar chante para ir a sudar la calentura, literalmente. La cosa es que como no conocían bien el área se metieron al primer lugar que decía “Cabinas por hora, 24 horas” y resultó ser un chinchorro de aquellos. Dicen que lo importante es que, por lo menos, la cama no se les cayó y sirvió muy bien a su propósito. Y también que, aunque llovió un poquito, los huecos del techo no dieron como para que se mojaran más que con la sudada de rigor.
El vacilón con este tipo de situaciones es que, por más plan de contingencia que se tenga, a veces no da tiempo de ponerlo en práctica.
Yo sé que hay quienes piensan que antes de meterse a un motelucho de cuarta es preferible incluso irse a “cama verde” pero la verdad es que esta última también tiene sus bemoles. Hormigas, troncos o raíces mal puestos, piedras y hasta serpientes son solo algunas de las cosas que se me vienen a la cabeza, en una pequeña lista relacionada con el asunto. Esto sin mencionar siquiera la posibilidad de que algún parroquiano vaya pasando por coincidencia y se tire el rollo. ¡Ay qué pena!
Lo cierto es que cuando se presenta una emergencia de estas, es porque ya existe una buena química entre las partes involucradas y por lo general, con tal de pasar ese rato juntos (tan juntos que no se sabe cual es cual) muchas veces ni les importa donde sea que estén consumando el acto, llámese “Hotel Las Arenas”, “Cabinas El Zacatal” o “Motel El Tamarindo”.
Por eso siempre es recomendable reprimir un poco las ganas de salir huyendo del lugar una vez acabado el show, por más feo que esté el “chante”, pues se puede prestar para malas interpretaciones, sobre todo por parte de nosotras las chicas que a veces somos un poco más sensibles a esas cosas.
Sin embargo, la historia es diferente si aparecen en escena otros bichos indeseables y rastreros no invitados a la fiesta, como cucarachas, ratones o culebras: en ese caso el permiso de huir es general, masivo e irrevocable. O como dirían mis amigas: ¡corramos todas!
Entonces, la idea es que aprendamos a disfrutar de las emergencias que no requieren de donaciones o recolectas (a excepción de fluidos corporales y otros conexos) y tengamos presente que lo único que hay que dejar bien guardado por un rato es el instinto “pipi” o “VIP” para meternos, por un ratito no más, en el pellejo de nuestros ancestros cavernícolas que, de cueva para arriba, cogían en cualquier lado donde les agarrara la calentura.
1 comentario:
Santa Bisagra.
He de decirle que su rincón es un excelente consuelo. Debería ser manual obligatorio en las escuelas y universidades de este país. Y lo digo en serio.
Ahora, con respecto al post, desde hace algunos días le vengo dando vuelta a ese asunto. Mae, coger es un lujo. Si uno se pone delicado con los moteles o no le gusta el ride de carro, pos mamó porque El Edén ya está en 15. Qué opciones existen cuando uno no puede en la casa de uno? Adónde va la gente!?
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