El aumento acelerado en el acceso a Internet y sus bondades como medio de comunicación para quienes lo utilizan, han hecho de este recurso una necesidad casi vital, como el aire, el agua y la comida.
Pero más allá de la accesibilidad a esta forma de comunicarse, yo pienso que su encanto radica en la capacidad de interacción que ella encierra. Tal es el caso de las redes sociales.
Mi experiencia de escritura cibernética inició allá por el 2005 cuando, a instancias de una profesora de cuento, abrí mi primer blog (llamado “Florielazos”) en el que posteaba pequeñas obras literarias mías y, por supuesto, apreciaciones muy personales de la vida.
Cuando surgió la moda esta de las redes sociales en Internet, abrí una cuenta en Hi5, que mantuve activa hasta que apareció Facebook y le pateó el trasero fuertemente.
Aparte de ser más atractiva la parte visual y de diseño de la nueva red, el menú era más dinámico y constantemente estaba renovando las opciones de la página; cosa que nunca sucedió en Hi5 o por lo menos no que yo recuerde.
La inmediatez que Facebook me ofrece con mis amigos y conocidos (hay que reconocer que talvez sólo el 10% de mis 700 amigos registrados son merecedores del título oficialmente) es una delicia.
Además, se ha convertido en un instrumento de catarsis donde puedo escribir lo que pienso, canto, siento o quiero (con la mínima autocensura necesaria para no violar las normas del decoro o la decencia…la mayoría del tiempo), cada vez que se me antoja.
Y lo más rico de eso es que esa misma inmediatez se comprueba con frecuencia, cuando esos amigos y conocidos hacen comentarios (a veces despotrican, también) acerca de lo que puse.
El poder es de quienes tienen la información; esa es una frase que llevo conmigo todo el tiempo. Siempre me ha gustado estar bien informada de todo lo que sucede a mi alrededor y Facebook ha sido una fuente inagotable de información desde que nos presentaron y acepté su solicitud de amistad.
La duda que yo tenía es si era o no adicta a Facebook, porque ya varias personas me habían hecho comentarios (probablemente llenos de envidia) acerca de las horas (muchas) que pasaba conectada a la red.
El lunes hice la prueba: no me conecté más que en la mañana (10 min) y en la tarde (otros 10) para revisar si había algo interesante. Durante el día no me sentí deprimida. No sentí que me moría o que se me quitaban las ganas de vivir. No me dio ansiedad ni perdí el apetito.
Lo que sí pasó es que fue un día extremadamente productivo, hice más trabajo del que hago cualquier día normal con Facebook abierto y me sentí bastante satisfecha por haber avanzado tanto.
Lo disfruto mucho, no lo niego. Me divierte y me informa y, bien aplicado a mi trabajo, es una herramienta maravillosa. Pero yo no soy adicta a Facebook, ya lo comprobé, aunque haya quienes digan lo contrario.
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